Robespierre:
Un asesino de masas que nunca lo fue.
Estamos ante la asombrosa y largamente esperada novela del escritor Javier García Sánchez.
Basta decir Robespierre e inmediatamente pensamos en autoritarismo, frialdad, violencia, Terror, guillotina, sangre. Es como nombrar a una especie de Anticristo: la simple mención de su nombre estremece.
¿Pero fue realmente así?
¿Qué parcela de responsabilidad le cupo a Robespierre en los millares de ejecuciones ocurridas entre 1793 y 1794, el año del Terror, justo cuando, muerto Marat, él era el máximo responsable de los jacobinos?
García Sánchez rescata a Robespierre de las mentiras escritas por los vencedores y repetidas hasta la saciedad por la Historia "oficial"
Retrato del político francés Robespierre (1758-1794), a quien García Sánchez trata de hacer justicia en sus páginas
El virtuoso y entristecido Robespierre no fue la cabeza del Terror, sino su víctima
De modo que García Sánchez rescata con vehemencia a Robespierre de los zarpazos de la Historia reintegrándolo al lugar que le corresponde, a la luz de consideraciones que apenas se hicieron hasta ahora. La fundamental es casar su ejecución, el 28 de julio de 1794, con el golpe de Estado llevado a cabo el mismo día por la Convención Termidoriana.
El 9 de Termidor
No es que Francia, con la muerte de Robespierre, se librara de un hombre sanguinario, adicto a la crueldad, sino que aprovechándose de su falta de astucia, sus enemigos, la gente taimada que siempre sabe mantenerse en un engañoso y turbio segundo plano, le destruyeron (a él y al joven Saint-Just), beneficiándose de sus frutos y reservándole las heces que ellos mismos habían ocasionado.
Es decir, que no solo el virtuoso y entristecido Robespierre no fue la cabeza del Terror, como tanto se ha escrito, sino que se convirtió en su gran víctima.
Su mayor error fue aspirar al poder moral que podía ejercer en el pueblo llano, en lugar de dirigir los esfuerzos de su lucha a la obtención del poder político.
García Sánchez analiza aquellos hechos apasionantes desde muchos puntos de vista, en sucesivos asedios que recuerdan la técnica musical de la fuga.
Él mismo lo señala en un sorprendente post scríptum que desarrolla la hermenéutica histórica de la novela que acaba de escribir.
“La obra nació como un acto de mi hacia mi que trata de desvelar una mentira, una de las mayores mentiras de la historia”, revela el autor.
La reacción termidoriana estaría compuesta por aquellos que precisamente habían hecho del terror la herramienta de sus ambiciones convirtiendo la legítima defensa de la República en un indiscriminado baño de sangre que horrorizaba al “incorruptible”: “Cuando los integrantes de esa trama fueron conscientes de que una parte del movimiento jacobino, liderada por Robespierre y Saint-Just, pretendía parar en seco sus fragrantes desmanes pero no sin antes pedirles cuentas por cuanto habían hecho en los meses previos, viendo pues que sus vidas peligraban, y de hecho lo hacían en grado sumo aunque no tanto como ellos imaginaban, giraron todo su odio y astucia contra estos dos hombres y sus colaboradores, idealistas y por tanto en grado sumo ingenuos para algunas cosas, consiguiendo en apenas unas pocas horas llevarlos al cadalso…” (Página 148)
No se permite libertades a la hora de poner frases en boca de cada uno de los emblemáticos personajes de la historia francesa, sino que trata de utilizar frases reales que establezcan la verdad. “No es Robespierre quien estuvo detrás de las matanzas de septiembre. Fue Marat” ha corregido el autor. Incluso el político no quiso que se instaurara la guillotina durante la época, ni quiso acabar con la vida de Luis XVI y Maria Antonieta, a la que quería como rehén.
Robespierre y Saint Just fueron chivos expiatorios ofrecidos en comandita por la conjunción de intereses de la mayoría de diputados jacobinos y del “marais” para liquidar la memoria de un tiempo infame que a nadie convenía mantener.
A nadie como al diputado que fue capaz de levantar un discurso filosófico y moral sobre los conceptos indisolubles de terror, virtud, gobierno constitucional y revolucionario le calzaba con tanta exactitud ese guante:
“…aún no era consciente de que en torno a su persona se estaba creando toda una tela de araña, el terror en aumento , cuyo eje axial se resumía en la hipótesis de que él y no otro miembro del Gobierno Revolucionario era responsable de estar creando una maquinaria destinada a la represión. Y lo que era peor, no con el objetivo de salvar al Estado, sino para su propio beneficio.” (Pagina 52)
Javier García Sánchez:
'Que Napoleón siga siendo el ídolo de Francia
me exaspera'
Ante todo el autor pone todo un verdadero despliegue argumental, perfectamente documentado para demostrar que el considerado como “autor intelectual” del “Terror”,(“Robespierre fue responsable por haber sido el alma de la teoría del Terror, no por nada mas”) (Página 118), poco tuvo que ver con las tareas de gobierno durante los dos últimos meses, y sí mucho con el intento de reconducir la locura en que se había convertido su práctica, muy lejos de aquella concepción hegeliana suya expresada el 5 de Nivoso del año II (25 de diciembre de 1793) en su “Informe sobre los principios del Gobierno revolucionario, realizado en nombre del Comité de Salud Pública”, en el que virtud y terror interactúan dialécticamente, “…la virtud sin la cual el terror es mortal; el terror sin el cual la virtud es impotente”, en la nueva cuadratura del círculo.
En muchos momentos el tono de la obra es el que pudiera tener la más pura obra histórica, algo que uno considera como un verdadero acierto para una novela que tiene mucho más que ver con la reconstrucción de la realidad que con la de una ficción embutida en ella.
Confiesa el autor haber leído más de doscientas obras sobre la Revolución Francesa, aparte de una buena porción de documentos originales, a muchos de los cuales hoy cualquier navegante de internet puede acceder para su contraste, como es el caso de las leyes emanadas de la Convención Nacional, por citar sólo las más socorridas, y haber comenzado esta obra en el año 1980. Una y otra cosa se justifican ampliamente a lo largo del texto, donde sólo el manejo de los cientos de nombres propios que lo pueblan son una verdadera proeza narrativa, aunque luego en los anéxos, cuando aparecen, queden reducidos a un par de líneas.
demostrar, a través de una figura tan calumniada como Robespierre, que la Historia nos ha llegado amordazada desde aquel decisivo 9 de Termidor (o 28 de julio), cuando cayeron los hombres que merecían vivir y triunfaron los que debían seguir permaneciendo en las cloacas: «Mi teoría es que el 9 de Termidor empezó a funcionar nuestro sistema».
Un sistema que, para García Sánchez, lo abarca todo, por supuesto la política y también la cultura, cuya falta de rigor científico, manejando tópicos que apenas tienen que ver con lo que de veras ocurrió, a veces da miedo.
He aquí la historia de un asesino de masas que nunca lo fue, escrita maravillosamente.
¿Fue Maximilien Robespierre el verdadero protagonista de las atrocidades del Terror?
Esa es la pregunta que muchos estudiosos de la historia se han ido planteando a lo largo de los años. La creencia general es que, efectivamente, Robespierre era un personaje despiadado, adalid de la guillotina y uno de los cabecillas del período revolucionario, siendo responsable por tanto de la ejecución del rey Luis XVI. Pero Javier García Sánchez parece no compartir este punto de vista.
Presentada como una mezcla de ensayo y novela (aunque están más presentes los rasgos de la primera), García Sánchez revisiona en Robespierre la figura del líder revolucionario, construyendo un personaje que poco tiene que ver con los crímenes que tradicionalmente se le han atribuido.
Lejos de ese espíritu monstruoso, Robespierre es aquí un hombre austero, comprometido con el pueblo pero sin obsesionarse con los llamados “enemigos de la revolución”. En definitiva, una persona incorruptible, sin llegar a ser un símbolo de la libertad y los derechos humanos pero tampoco imbuido de ese carácter delirante del que siempre le hemos creído poseedor.
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Angeles Prieto Barba
Robespierre, cuántas erres belicosas. Qué difícil encontrar, a lo largo de esa historia oficial de progreso que nos inculcan, y que consagra a tanto canalla, un personaje más cubierto de oprobio que éste. Figura histórica de un periodo crucial que determinó el destino del nuestro, a la que me asomé hace muchos años, aunque no tantos como Javier García Sánchez lleva estudiándolo, gracias a a esos dos Robespierres, hombre y mujer*, del Cádiz de las Cortes, cuya ejemplar historia conocí indignada pues también debieron acatar, y de manera injusta, un destino aciago. Desde que ejecutaron a Maximilien, con el viejo sueño de la igualdad social derrotado, vivimos en un Termidor perpetuo. Hoy día, aún más voraz, más vulgar y más chusco. También el Terror se recrudeció y se extendió hasta lo inimaginable. Cerca de la Estatua de la Libertad, aún anda.
Robespierre, cuántas erres belicosas. Qué difícil encontrar, a lo largo de esa historia oficial de progreso que nos inculcan, y que consagra a tanto canalla, un personaje más cubierto de oprobio que éste. Figura histórica de un periodo crucial que determinó el destino del nuestro, a la que me asomé hace muchos años, aunque no tantos como Javier García Sánchez lleva estudiándolo, gracias a a esos dos Robespierres, hombre y mujer*, del Cádiz de las Cortes, cuya ejemplar historia conocí indignada pues también debieron acatar, y de manera injusta, un destino aciago. Desde que ejecutaron a Maximilien, con el viejo sueño de la igualdad social derrotado, vivimos en un Termidor perpetuo. Hoy día, aún más voraz, más vulgar y más chusco. También el Terror se recrudeció y se extendió hasta lo inimaginable. Cerca de la Estatua de la Libertad, aún anda.
Esa podredumbre termidoriana que impregna nuestra educación, a mayor gloria del Dios Capital y de la Diosa Economía, la encontramos instalada también en esas mesas librescas cubiertas de novedades: insulsas novelitas románticas, negras, históricas, de fantasía o ciencia ficción escritas en serie, a mayor gloria del mercado que las consagra, y que no tienen otro objeto que mantenernos distraídos y ajenos, dentro de la caverna platónica sin cuestionarnos nada. Por eso, no hace falta alguna preguntar al autor la razón de este esforzado despliegue literario de mil doscientas páginas muy densas, ni por qué lo ha escrito como lo ha escrito. De hecho, él mismo nos responde en su obra que un libro sobre el Terror necesitaba dimensiones terroríficas. Las que debe tener y tiene sin sobrar nada, mi aplauso por ello.
Esta apasionada y elegante narrativa de no ficción, mucho más cercana a Alejo Carpentier que a Anatole France, viene además muy bien estructurada en doce capítulos que se corresponden con los meses del calendario revolucionario, acoplando así ese tiempo lineal en el que vivimos desde esta precisa Revolución que aceleró el ritmo de la Historia, con el ciclo vital de la Naturaleza, a fin de explicar mejor motivaciones y causas. Pues demasiado largo es el memorial de agravios del que resarcir a aquel hombre tímido, miope, frugal, íntegro y serio que murió por no renunciar un ápice a sus postulados revolucionarios, y que Javier García Sánchez nos desbroza en esta narración, no sólo con profundidad y rigor histórico, ateniéndose a hechos y documentos, sino también retratando fiel a ese elenco de seres viles (Fouché, Barras, Tallien, la Cabarrús, otros diputados del Pantano) que propició su ejecución. Personajes que desataron luego el llamado Terror Blanco, indebido color para un periodo atroz, en el que la cantidad de sangre derramada nos obliga a cuestionarnos el motivo de que ante la historiografía éstos carden inocua lana, mientras los jacobinos se lleven toda la fama del horror revolucionario.
Conmueve este Robespierre, pero deslumbra su mano derecha Saint Just, ese otro gran personaje de fulgor coherente sin el cual no puede entenderse al primero y en nuestra retina lectora permanecerán, precisos y conmovedores, los grandes cuadros que García Sánchez traza del París de los espías, la Máquina y sus víctimas, la Convención y sus debates, el paseo hasta el cadalso, el grito doloroso ante la crueldad gratuita de uno, también el silencio y la mirada digna del otro en nuestras conciencias. Y esas dos muchachas secundarias impagables, la que posa dócil su nuca ante el verdugo y la niña delatora, qué hermoso contraste femenino con aquellas dos huerfanitas de Griffith donde Danton y Robespierre aparecían como seres abyectos e inmorales. En toda la obra impera también la mirada atónita y desconcertada ante los hechos y no sólo en Sebastien, nuestro personaje de enlace, ese examen del que sospecha y teme, pero no puede evitar, el desastre que se cierne. Mirada que compartimos todos los que hemos vivido algún tipo de catástrofe. Y la culpa, por acción u omisión, que salpica igual que esa sangre propiciada por el Terror imparable, hijo del odio y del miedo a partes iguales.
Es banal, en cualquier recensión de nuestros días, etiquetar libros bajo los epígrafes “bueno” o “malo”, pero con este además sería un gesto absurdo, prepotente e inútil de quien recuerda y ha leído hasta el final una narración apasionada, tenaz e incorruptiblemente literaria, sin lugares comunes, sin una sola errata, sin concesiones al mercado. De quien ha podido por ello presenciar también, a través de estas páginas, el más digno y apropiado homenaje al sueño de un mundo mucho más justo que éste que hoy habitamos. En cualquier caso, nos encontramos en la vida con libros que logran hablarnos de lo que somos y también con aquellos que en modo alguno nos atañen. Sólo los primeros perduran. Como este intenso Robespierre, de Javier García Sánchez, que se instala en la memoria y que en ella perdura para siempre.
* Pedro Pascasio Fernández Sardinó y Maria del Carmen Silva, redactores del Robespierre español, 30 números.
Javier García Sánchez:
"Sé que ya no puedo aspirar al éxito.
Por tanto, sólo me resta luchar por la inmortalidad"
Javier García Sánchez (Barcelona, 1955), es uno de los escasos autores literarios que aún campean en la narrativa española, un superviviente de mejores épocas. Sólido autor de una veintena de títulos (Mutantes de invierno, Teoría de la eternidad, La dama del viento sur, Última carta de amor de Carolina von Günderrode a Bettina Brentano, El mecanógrafo, La hija del emperador, El amor secreto de Luca Signorelli, Recuerda, Crítica de la razón impura, La historia más triste, Continúa el misterio de los ojos verdes, Oscar, La aventura de correr, Los otros, La mujer de ninguna parte, Falta alma, Dios se ha ido,El alpe d'Huez, Ella Drácula, K2, Júrame que no fue un sueño) siempre heterogéneos, arriesgados e intensos, nos presenta ahora este fabuloso Robespierre como culmen de su obra.
—¿Cuándo y por qué surgió tu interés en las figuras de Robespierre y Saint-Just?, ¿qué vislumbraste en ellos para dedicarles luego tanto tiempo y esfuerzo?
—Hace más de treinta años pude comprobar, atónito, cómo ciertos hechos, y sobre todo ciertos datos, referidos a la práctica de lo que se llamó la Grande Terreur, no coincidían en absoluto. A partir de ahí, de biografía en biografía -aunque todas convencionales, se entiende- empecé a pensar: “Pues si Robespierre no pudo haber hecho esto o lo otro, ¿por qué entonces le culpan absolutamente de todo?”. Hasta que aparecieron en el horizonte los trabajos de Albert Mathiez. Aquello certificaba la magnitud de una conspiración mayúscula, cuyos nefastos efectos en la Democracia perduran en la actualidad. La Revolución Francesa empezó como un sueño casi colectivo y acabó en apenas un año, verano de 1794, envuelta en una gran mentira y en un formidable baño de sangre. Eso es lo que intento denunciar: la mecánica del Terror.
De otro lado, ya en 1985 el desaparecido Rafael Conte me convenció de que uno de los grandes personajes de la Historia Contemporánea era Saint-Just, y entonces me precipité en Saint-Just, alter ego del Incorruptible. De hecho, Rafael me llamó siempre Saint-Just, lo cual me llena de orgullo. Que él no estuviese aquí cuando nació la novela es uno de los dolores que, en relación a Robespierre, me acompañará constantemente. Y sin duda Saint-Just es, junto a John Lennon, el personaje de mi vida.