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El enfriamiento del clima causa hambre y pandemias

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Fatum © 2020 by C. H. Beck Fatum © 2020 by C. H. Beck
 
 

Fatum: 

Epidemias, climá y caída del imperio romano

La historia de la Humanidad está signada por la influencia de grandes epidemias que cambiaron su rumbo. El estudio de ellas es materia obligada en la carrera de Medicina. Desde los tiempos bíblicos, se describen epidemias que asolaron poblaciones enteras produciendo miles de muertos, algunas interpretadas como castigo divino por sus faltas, por someter a la esclavitud a otros pueblos, o por robarles objetos sagrados.

El texto más antiguo que se conserva sobre el tema data, aproximadamente, de 1500 aC, siendo el más notable el papiro hallado por el egiptólogo profesor Georg Ebers en una tumba de Tebas en 1862. Al parecer, las prácticas médicas que se detallan en ese extenso catálogo eran mucho más antiguas que el texto. También en otros escritos fragmentarios que se han encontrado se describen prácticas similares, lo cual corrobora que eran las habituales de la época.

En Éxodo 7-12 se relata la plaga que asoló a Egipto alrededor del año 1500 aC, cobrándose la vida de todos los primogénitos recién nacidos (Éxodo 12:29), desde el hijo del Faraón hasta los que nacían en las cárceles y aún las crías del ganado. Frente a esa situación, el pueblo exigió al Faraón que deportara a los esclavos israelitas, quienes después de muchas tribulaciones y de deambular durante años por tierras inhóspitas, alcanzaron su tierra prometida. Éste es un claro y remoto ejemplo de cómo la enfermedad influye en la Historia de la humanidad.

Esto a título de brevísimo preámbulo. Ahora, el historiador Kyle Harper, de la Universidad de Oklahoma, acaba de presentar un interesante libro, titulado Fatum. Das Klima und der Untergang des Römischen Reichs[nota 1] (Destino. El clima y el ocaso del Imperio Romano) que acaba de publicar en Alemania la editorial C. H. Beck, pionero en el examen y descripción del papel catastrófico que desempeñaron el cambio climático y las epidemias en el colapso del Imperio Romano.

Basándose en los últimos conocimientos científicos en los campos de la climatología y de la genética, Harper relata la historia de la influencia del clima en las pandemias.

El destino del Imperio Romano no fue determinado por emperadores, legionarios y bárbaros. Por lo menos tan importantes fueron las erupciones volcánicas, los ciclos solares, la inestabilidad del clima y los virus y bacterias letales para los seres humanos. El catedrático lleva a sus lectores desde la cima del siglo II d. C., cuando el Imperio Romano parecía una fuerza casi insuperable, hasta las depresiones del siglo VII, cuando el imperio estaba demacrado, políticamente fragmentado y materialmente agotado.

Harper describe cómo los romanos aguantaron valientemente cuando los cambios ambientales deprimieron todo el imperio, hasta que finalmente las consecuencias de lo que denomina la Pequeña Edad Glacial y la repetida aparición de la peste habían agotado la resistencia de la antigua potencia mundial.

Es la historia de una de las civilizaciones más grandes que haya visto el mundo, en el momento de su desafío más dificil, que tiene que rendirse a la fuerza aplastante de la naturaleza, en forma de cambio climático y epidemias. El ejemplo de Roma parece un recordatorio de los pretéritos tiempos en los que las perturbaciones del clima y la evolución de los agentes patógenos dieron forma al mundo en que vivimos.

Cualquiera que sepa leer los signos de los tiempos sabe que puede repertirse lo que aquí se describe sorprendente y exhaustivamente. El historiador, especializado en el período entre el Imperio Romano y la Edad Media, no menciona acontecimientos de palpitante actualidad y ni siquiera los insinúa, pero el lector piensa y concluye, con razón, cuando accede a este análisis intelectualmente tan claro y brillante, que de nada sirven los conocimientos empíricos recogidos en sus campos de golf por un ignorante empresario inmobiliario devenido en el peor presidente de un gran país.

Kyle Harper es actualmente el representante más destacado de la tesis climática, por supuesto también polémica, como toda investigación científica pionera. Según esta tesis, el Imperio Romano no se rompió debido a la migración, sino a causa del cambio climático y tres epidemias graves: Los gérmenes son más mortales que los germanos, afirma Harper, al evocar la sublevación de Odoacro, quien destronó al último emperador romano de Occidente, Rómulo Augústulo, en el 476 dC., convirtiéndose en rey de Italia.

Estas tres epidemias se conocen como las plagas Antonina, Cipriana y Justiniana. La Antonina afecto al imperio a mediados del siglo II, según el historiador, era probablemente viruela.

La Cipriana (en conmemoración a san Cipriano, obispo de Cartago, testigo de la plaga) la conoció Roma cien años después, posiblemente fue el primer brote documentado del virus del Ébola. Después de ella no pasa nada durante 300 años, hasta que en 541 un barco mercante introduce una plaga en Egipto y en Constantinopla que, en algunos lugares, mata hasta el 50 por ciento de la población. Hace algunos años se pudo probar por muestras de ADN que este gérmen patógeno era la bacteria de la peste Yersinia Pestis.

Pero esto no es todo. El profesor de la Universidad de Oklahoma cree que desde mediados del siglo II, al mismo tiempo que la primera epidemia, se produjo un enfriamiento del clima mediterráneo. Éste descenso de la temperatura habría remplazado el óptimo clima cálido y lluvioso romano que, según fuentes históricas, permitió la viticultura y la agricultura a grandes altitudes, y que para Harper fue una precondición esencial para el surgimiento de Roma.

Sin embargo, ese enfriamiento que el investigador cree ver desde el siglo II en adelante resulta controvertido para los expertos en climatología, quienes carecen aún de evidencias irrebatibles. Es seguro que se produjo un descenso de la temperatura global en el siglo VI. La llamada anomalía climática de 535 y 536 de nuestra era causó que la exposición al sol se redujera notablemente. Hubo malas cosechas y hambrunas.

El fenómeno ya había sido descrito por contemporáneos, como el historiador bizantino Procopio de Cesárea. Según Harper, la causa fue una serie de erupciones volcánicas, cuyas cuyas fumarolas entraron en la estratosfera y redujeron allí la exposición al sol. Así habría comenzado la llamada Pequeña Edad Glacial de la antigüedad tardía.

Mas, el Imperio Romano, que se unió por última vez bajo el emperador Justiniano al derrotar a los ostrogodos, se había dividido en dos partes durante más de dos siglos y en realidad había decaído. Por lo tanto, es seguro que las epidemias han contribuido a la caída de Roma, pero con respecto al clima esto no es posible asegurarlo con absoluta certeza.

De todas formas, esta tesis no disminuye el valor general del libro, porque Fatum (Destino) es sobre todo una historia sobresaliente que combina una descripción del clima y de las epidemias en el Imperio Romano a lo largo de extensos períodos y hace accesible al gran público el estado de las investigaciones de las últimas décadas.

El recalentamiento global desde el comienzo del Holoceno, el período postglacial, hace casi 12,000 años, hizo posible nuestra civilización. El calentamiento de la Tierra en ese entonces creó las condiciones idóneas para el desarrollo de las civilizaciones antiguas; hoy procuramos ansiosamente promover un enfriamiento global.....

 La peste de Justiniano, ya derrumbó al mayor imperio del orbe. Cabe concluir además que es inevitable la aparición de nuevas epidemias y amenazas globales en las próximas décadas, tanto de origen natural, como accidental e incluso intencionadas. Con excepción de las pandemias gripales, la Humanidad, en su conjunto, no sufrirá en términos cuantitativos grandes pérdidas humanas, en comparación con las enfermades cotidianas, como la hipertensión y el cancer.

Sin embargo, las sociedades se han sentido, se sienten y se sentirán fuertemente amenazadas y en riesgo, alterándose en todos los ámbitos, incluyendo el económico y el político. El impacto local puede ser mucho mayor, como hemos visto en China, en Italia, en España, en Francia, en Alemania y ahora en Estados Unidos (su nuevo epicentro), así como veremos posiblemente en otros países a corto plazo, por lo que se requieren permanentemente más que redoblados esfuerzos de detección, investigación y control de los sistemas de salud en los lugares de origen, dentro y fuera de fronteras. Se dice facil, pero requiere de políticos, estadistas y gobiernos con visión y talento para ello.

Notas

HARPER, Kyle, "Fatum: Das Klima und der Untergang des römischen Reichs", München: C. H. Beck, 2020, 567 pp, 42 ilustraciones, 26 mapas y 8 tablas. ISBN 978-3-406-74933-9

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La peste de Agrigento. Poco conocida, se produce en el sitio a la ciudad griega de Agrigento en Sicilia por parte de un ejército cartaginés en el 406 a. C. Sus efectos provocaron el retraso en la conquista de la urbe por los púnicos. Los escasos relatos de la época hacen pensar en una epidemia local relacionada con un pequeño pantano cercano, posiblemente estemos ante brotes de malaria. Esta enfermedad, originaria en primates de zonas tropicales y ecuatoriales de África llegó al Mediterráneo y quedó como endémica en muchas zonas. La transmisión original se producía  por la picadura del mosquito anopheles siendo los meses estivales los más activos en contagios en lugares menos cálidos, en cambio donde se daban mayores temperaturas la estacionalidad se adentraba en el otoño.

La peste de Siracusa. Como su nombre indica, esta epidemia se presenta en la colonia griega de Siracusa situada en Sicilia, en el 396 a. C. Diezmó en gran medida al ejército cartaginés que acechaba esta población. La sintomatología era variada y los soldados morían entre el cuarto y sexto día desde su contagio.

A Roma llegaron muchas pestilencias desde el Este, entre ellas la lepra, además la ciudad sufría ataques anuales de malaria como consecuencia de las zonas pantanosas cercanas a ella. A medida que el imperialismo de sus dirigentes fue ocupando territorios y construyendo calzadas para el ejército y el comercio, los patógenos tuvieron unas vías más rápidas para extenderse por todo el entorno del Mediterráneo. El historiador latino Dión Casio (155-335 d. C.) nos habla de una epidemia en 22 a. C., que asoló la península Itálica. Relata otra en el 43 a. C., después de una erupción volcánica y el desbordamiento del Tiber (¿malaria?).  Suetonio (70-126 d. C.), Tácito, Orosio (circa 383-420 d. C.) y Celso (siglo I d. C.) hacen referencia a cierta epidemia en la ciudad eterna en el otoño del 65 d. C. que afectaba a todas las clases sociales y a todas las edades. En tiempos del Emperador Vespasiano se habla de una peste acaecida en el año 77 ó 78 d. C. según Suetonio, Orosio y San Jerónimo (circa 340-420 d. C.). El mismo Suetonio se hace eco de una plaga tras la erupción del Vesubio en 79-80 d. C. Durante el reinado de Adriano (117-118 d. C.) hubo hambrunas, pestilencias y terremotos. El citado Orosio nos habla de una epidemia que afectó al Norte de África en el 125 d. C., tras una plaga de langosta. Muchos de estos episodios epidémicos provenían efectivamente del Este pero otros se producían en el mismo entorno de Roma.

EPIDEMIAS Y PANDEMIAS EN LA ANTIGÜEDAD.

Todas las pestilencias relatadas hasta ahora no dejan de ser episodios localizados en el tiempo y el espacio que no permiten hablar de grandes pandemias. Las más significativas son la ya citadas peste de los Hititas y la plaga de Atenas y posiblemente la última mencionada por Orosio. Los remedios aplicados eran siempre de tipo ritual-religioso en el sentido de considerar las plagas como un castigo divino, si bien hubo médicos como Hipócrates (c. 460-c. 370 a. C.) que se apartaban de estas creencias e intentaban estudiarlas como también curar a los infectados con los escasos conocimientos de la época. Para romanos y griegos estos males procedían del Este, de zonas más pobladas o más cálidas y con “muchos insectos”, como era Etiopía, explicación dada por el erudito griego Posidonio (135-51 a. C).

Tras esta breve introducción a las epidemias de la antigüedad nos ocuparemos ahora de las tres grandes pandemias que marcaron el devenir del Imperio Romano: la Peste Antonina, la Gran Epidemia de los Antoninos o Peste de Galeno (siglo II d. C.); Peste de Cipriano (siglo III d. C.) y la Peste de Justiniano (541-544 d. C.)[5].

La Peste Antonina aparece en el siglo II durante el mandato del Emperador Marco Aurelio y la actividad del médico Galeno (130-210 d. C.), que ya en 148 nos habla de una epidemia de ántrax en ciudades de Asia. Atacó con virulencia entre los años 164 y fines de este siglo y se observa un rebrote de ella en Roma en torno al 191 d. C. Un año antes de este período encontramos noticias de dicha enfermedad en la península de Arabia. Se expandió de Este a Oeste a través del ejército romano, que se encontraba en campaña contra los partos en Siria y Mesopotamia.

El Mar Rojo era una importante vía comercial entre Oriente y Occidente. La epidemia llegaría desde aquí a Asia Menor en 165 d. C. Al año siguiente la encontramos en Roma. Testimonios de ella la tenemos en Grecia, el valle del Nilo, el Norte de África, la cuenca del Danubio, La Galia, Germania, Hispania y Britania. Los confines de las costas gallegas y Escocia serían sus límites occidentales. Su extensión y morbilidad permiten hablar de una auténtica pandemia como antes no se había conocido[6].

(El Imperio Romano en siglo II d. C. Fuente: Wiquipedia)

El ya citado Galeno nos describe sus manifestaciones en el cuerpo humano. Fiebre, malestar, vómitos, diarrea con sangre, dolor de espalda, erupciones cutáneas, pústulas que podían degenerar en heridas y podían llega a cicatrizar, según la evolución de la patología, apareciendo entonces escamaciones. Llegados a este punto, los que no habían muerto sobrevivían a la batalla. La enfermedad venía a durar aproximadamente un mes en todo su proceso. Hasta el décimo o duodécimo día no aparecían los síntomas, de esta forma un infectado sin ellos podía contagiar a las personas cercanas. Aunque hay diversas enfermedades infecciosas que pueden dar reacciones similares se conoce con seguridad que la pandemia que tratamos aquí era viruela. Parece certero decir, incluso, que esta cepa procedería de un orthopoxvirus latente en una especie de ratones de África y que mutaría para entrar en humanos antes del estallido de la Peste Antonina. Se transmitía por la inhalación de pequeñas gotas expulsadas por la boca del infectado al hablar o toser. En la antigüedad se creía que las pestilencias viajaban en nubes invisibles, miasmas, que contagiaban al entrar en contacto con individuos sanos.

La mortalidad entre los infectados se situaba entre el 30-40%, es decir casi las dos terceras partes superaban la patología. La sufrían los muy jóvenes, con las defensas por desarrollar y los muy mayores, con defensas escasas. Los remedios aplicados eran diversos, desde sangrías que empeoraban la situación, bebedizos de plantas sin efectividad u otras más apropiadas como evitar el contacto con los enfermos y darles una buena alimentación. 

Aún así los poderosos podía morir como fue el caso del mismo Emperador Marco Aurelio (180 d. C.). Habría que indicar la incidencia de enfermedades endémicas que convivían con los humanos, malaria, trastornos diarreicos, resfriados, etc. que se sumaban a la llegada de la epidemia. Las condiciones higiénicas no ayudaban a la lucha contra ellas. Veamos un ejemplo. Los famosos alcantarillados de la ciudad eterna se limpiaban cuando llovía copiosamente, y esto no sucedía siempre convirtiéndolas así en focos de cultivos de gérmenes.

La pandemia fue un duro golpe para el Imperio pero no trastocó en demasía sus bases. Los dos primeros siglos de nuestra Era fueron los más fructíferos de Roma. Sus fronteras llegaron a ser inmensas y se había disfrutado de una relativa paz (la Pax Romana). Las campañas de Marco Aurelio en Germania parecen darnos un cambio de esta coyuntura. Ya nos hemos referido al efecto demográfico, sobre el total de población se puede cuantificar una disminución del 20%. Las zonas más afectadas fueron las grandes urbes, zonas rurales próximas y enclaves como el Delta del Nilo. La extracción de plata, útil para las cecas de moneda, sufrió un notable descenso pero fue un período de corta duración. A una disminución de población se unió un descenso de la recaudación fiscal aunque no en las proporciones de crisis futuras. El ejército se resintió al perder muchos efectivos, esta merma de efectivos militares en las fronteras provocó el incremento de la presión de pueblos próximos al Imperio, en el limes del Rin y el Danubio. Hacía el horizonte comenzaba a dibujarse la crisis del siglo III.

La Peste Antonina promovió el culto al dios Apolo. Esta divinidad griega es la más sincrética de la antigüedad clásica, relacionada con epidemias desde tiempo atrás su culto creció ahora en muchos lugares levantándose estatuas y templos[7]. El mencionado fenómeno lo veremos con otra religión y otra pandemia.

El siglo III fue una centuria de crisis. Todos los manuales y obras sobre el Imperio se ocupan extensamente sobre esta cuestión que tuvo connotaciones económicas, sociales, políticas y militares. La recuperación no significó una vuelta a la época anterior. Los cambios iniciaban un largo camino hacia la feudalización de la Edad Media, pasando por siglos convulsos que vieron el fin del poder romano en Occidente, la aparición de los primeros reinos europeos, la irrupción de los musulmanes… En definitiva, un nuevo marco geoestratégico en el Mediterráneo. La influencia de las epidemias así como los cambios climáticos han sido escasamente estudiados por la historiografía hasta épocas relativamente recientes. Ahora, gracias a los avances científicos de la propia Historia, de la paleobotánica, meteorología o la arqueología forense nos permiten conocer mucho mejor estos aspectos de Clío.

Las patologías que afectaron a la sociedad de la tercera centuria fueron varias, el sarampión o el tifus, por poner algún ejemplo. Sin embargo, la más mortífera fue la conocida por Peste de Cipriano, al ser este obispo de Cartago el autor que mejor ha descrito sus efectos. Originada en Etiopía se extendió por Asia Menor, Grecia, el Norte de África y Roma. La sintomatología nos la narra el prelado de esta forma: “Se iniciaba por un fuerte dolor de vientre que agotaba  las fuerzas. Los enfermos se quejaban de un insoportable calor interno. Luego se declaraba angina dolorosa; vómitos se acompañaban de dolores en las entrañas; los ojos inyectados de sangre. (…). Unos perdían la audición, y otros la vista.”       .

El inicio lo encontramos a mediados de siglo. El obispo de Alejandría habla de ella en el 249 d. C. y en 251 ya ha llegado a Roma. Su duración es incierta, Cipriano habla de 15 años aunque probablemente llegue al 270, año en que muere el Emperador Claudio de una pestilencia. A diferencia de otras enfermedades, ésta llegó en otoño y aminoró en verano. Todas las clases sociales, todas las edades y todas las localizaciones se vieron afectadas. La mortalidad fue muy elevada, el obispo de Alejandría ofrece un descenso del 62% de población aunque aquí entrarían los muertos por otras patologías y los huidos de la ciudad. La transmisión era directa de persona a persona o por objetos tocados por un enfermo como parecían deducir algunos contemporáneos a la pandemia.

Los datos ofrecidos por Cipriano, su estacionalidad, su extensión geográfica así como su origen y el miedo que provocó en la sociedad de la época hacen descartar infecciones como el sarampión, el cólera, el tifus, la viruela, gripe, incluso la peste negra que es citada en algún estudio como causante de la pandemia que tratamos. Las investigaciones más recientes apuntan a un tipo de filovirus, el Ébola[8].

La propagación de epidemias viene dada por la facilidad en las comunicaciones como ya hemos explicado en otro momento. La amplia red de calzadas del Imperio junto al movimiento de numerosos ejércitos y comerciantes era un camino fácil para ello. Los intercambios mercantiles por tierra, el interior de Asia, y por mar, Océano Índico, llegaban a extremo Oriente. La globalización económica en su dimensión propia de cada época trae la globalización de los virus y bacterias. Pero vamos a ocuparnos, aunque sea sucintamente, de otros factores que han cobrado importancia en las últimas décadas, nos referimos a los cambios climáticos[9].

El clima de cada zona viene determinado por fenómenos de carácter local y otros que afectan a la circulación atmosférica general y por lo tanto a todos los lugares de la Tierra con consecuencias diversas. Para el ámbito geográfico que nos ocupa tienen importante relevancia dos de ellos. 

La llamada Oscilación del Atlántico Norte (OAN), producida por la relación entre altas presiones del anticiclón de las Azores y las bajas de la depresión de Islandia. Su movimiento provoca lluvias abundantes y sequías al Norte o Sur del continente europeo. 

El otro vector se denomina El Niño u Oscilación del Sur (ENOS) que consiste en el calentamiento de las aguas orientales del Pacífico Sur el cual provoca inundaciones y graves sequías en diferentes partes del Globo. Para completar el conjunto cabría destacar el sistema de monzones del Índico que afecta a las fuentes del Nilo y Asia Menor[10]. Hasta mediados del siglo III el mundo mediterráneo se había regido en climatología por el llamado Óptimo Climático Romano (OCR) caracterizado por temperaturas benignas y humedad generosa. En los años de la Peste de Cipriano se produce un cambio con sequías prolongadas junto a descenso de temperaturas. 

 La situación se “normalizaría” hacia el 260 d. C. pero esa nueva normalidad ya no sería el OCR, el clima de la segunda mitad de la centuria de la crisis y del siglo IV fue cambiante con épocas de sequía y otras lluviosas. El Norte de África, granero de Roma, se vio especialmente afectado pero también lo hizo en la reserva de la ciudad eterna, Egipto. El Nilo ya no fue tan predecible y los años de “vacas flacas” se multiplicaron según relatos encontrados en papiros de varias localidades de sus orillas. El desplazamiento hacia el Este de los monzones podría darnos la clave. Las acometidas del ENOS fueron numerosas durante las décadas que nos ocupan. Podríamos aplicar esta máxima para el OAN. Sequías e inundaciones, según las zonas, aparecían con mayor frecuencia.

Las malas cosechas producidas por un tiempo seco o cambiante provoca el encarecimiento de los productos de alimentación y un descenso de las nutrientes que debe ingerir la especie humana. La referida Peste de Cipriano estuvo favorecida por estas circunstancias. Kyle Harper nos explica muy bien esta relación entre epidemias y episodios climáticos:

Movimiento vector o huésped/cría (mosquitos, ratas)-Migraciones de subsistencia y hacinamiento en ciudades-Efectos nocivos de residuos y cadáveres-Desnutrición-Consumo de sustancias venenosas ante la falta de alimento-Resistencia inmunológica debilitada[11].

Si la Peste Antonina potenció el culto a Apolo la de Cipriano favoreció la expansión del cristianismo antes incluso de la inestimable ayuda que recibió esta religión con la conversión del Emperador Constantino en 313. Los seguidores de Cristo eran vistos ahora como personas que se ayudaban entre si y ayudaban a los demás sin miedo a la enfermedad. Además la nueva fe ya tenía hombres cultos que debatían con argumentos a los paganos como sería el caso del mismo Cipriano.

El Imperio se recuperó de la crisis del siglo III encarando la siguiente centuria con fuerza pero la situación, en todos los aspectos, no sería la misma. Desde Constantino, Oriente cobró más importancia económica y política que Roma. La nueva ciudad de Constantinopla fue con el tiempo la verdadera capital del Mundo latino. Cuando en 476 desaparece oficialmente el Imperio en Roma, con la destitución de su último césar, Rómulo Augústulo, por Odoacro, rey de los Hérulos, aquella urbe continuó como capital a salvo de las embestidas de los pueblos germánicos y de la crisis económica.

En paralelo a la desintegración del Imperio en Occidente y el nacimiento de los primeros reinos germánicos, Constantinopla vive una época de esplendor que llegará a su culmen con Justiniano I El Grande (483-565). Heredero y continuador de Roma intentó ampliar sus dominios y recrear el antiguo poderío latino, renovatio imperii romanorum. Desde Asia Menor, la península helénica y Egipto extendió sus conquistas al Norte de África, Dalmacia, Sicilia, la península italiana, el Sudeste del reino Hispano-Visigodo de Toledo, Córcega, Cerdeña y las Islas Baleares.

(Imperio y conquistas de Justiniano. Fuente: Wikimedia Commons)

 

Las epidemias dieron una cierta tregua al Mediterráneo tras la plaga de Cipriano. Pero en el año 541 apareció con fuerza una enfermedad mortífera en el Norte de Egipto, la llamada Peste de Justiniano. Desde aquí se extendió a todo el Imperio e incluso más allá. El historiador bizantino Procopio (500-560) y el patriarca cristiano Juan de Éfeso (507-586) nos hablan de ella con profusión. Comenzaba con fiebre baja que iba aumentando con los días, enseguida aparecían bubones, especialmente en la ingle. Esta afirmación nos lleva directamente a la peste negra producida por el bacilo Y. pestis. En fases avanzadas los bubones reventaban y algunos pacientes sobrevivían. El debilitamiento con malestar general era otro síntoma que afectaba en mayor cuantía a los pobres. Además de los bubones aparecían por el cuerpo un sarpullido negro provocando la muerte en muy poco tiempo. Los animales, salvajes y domésticos, también se contagiaban y morían.

La Y pestis apenas se contagia entre humanos, es independiente de ellos, circunstancia que la hace más letal. Viene aportada por la pulga de la rata negra muy extendida en los barcos y graneros del Imperio. Antes de llegar ha recorrido un largo camino. El bacilo originario de la peste, según los estudios genéticos, se encontraría en la meseta del Tibet-Qinghai de China, en torno al primer milenio antes de Cristo. Portado por una pulga de la marmota o gerbilino pasaría a la rata negra y con ella, tras diversas mutaciones, entraría en los humanos y otros animales. Posiblemente llegó a las puertas del Imperio antes de Justiniano pero ahora lo hacía perfectamente preparado para provocar la terrible pandemia. Como ya hemos mencionado anteriormente, las buenas comunicaciones por tierra y mar del entorno del Mare Nostrum facilitaron la propagación de la rata negra, la rata de los  barcos. En 543 tenemos evidencias de la peste en Constantinopla y sobre el 544 en el Imperio Persa, al Norte del Danubio y el Rin, en Hispania, en Britania… La mortalidad se estima sobre el 50-60%.

La Peste de Justiniano, respecto a las enfermedades, inicia una serie de epidemias durante los dos siglos siguientes. Después del 544 tenemos brotes en Constantinopla: 558, 573, 586, 599, 619, 698, 747. Para Occidente observamos a grandes rasgos tres fases: Bizantina (542-600), pausa en el siglo VII (600-660) y fase Ibérica (660-749).

Una vez más el clima sería un factor a tener en cuenta. Los siglos VI y VII vivieron la llamada Pequeña Edad de Hielo de la Antigüedad Tardía caracterizada por un enfriamiento general en el planeta al recibir una menor insolación. Varios eruditos de la época hablan de un año sin verano (536 d. C.), menor brillo del Sol, resistencia a la maduración de los frutos, malas cosechas en Italia, migraciones hacia el Este, en China…Los archivos de los núcleos de hielo nos descubren esta aminoración del astro rey

 entre el 530 y el 540. Sin embargo, otros estudios de dendrocronología permiten fijar con precisión las fechas además de añadir una menor actividad radiación solar provocada por la misma estrella. Por su parte el referido en páginas anteriores OAN provocó corrientes húmedas que favorecieron el cereal en Anatolia pero perjudicaron seriamente a los olivos necesitados de más calor. Al mismo tiempo la aridez se extendía por el Norte de África[12].

El Mundo de Justiniano se tambaleaba a fines de su mandato. Los problemas con el Imperio Persa al Este, la aparición del poder musulmán, la llegada de pueblos eslavos al Danubio y la inseguridad de los primeros reinos germánicos marcaron una época turbulenta para el Mediterráneo y el resto de Europa[13]. El viejo continente se dirigía hacia el pleno feudalismo atacado por las pandemias y los cambios climáticos[14].

A MODO DE CONCLUSIONES

La historia de la humanidad conlleva la historia de sus enfermedades. Epidemias y pandemias las encontramos en los registros documentales de cada época, bien sean escritos, bien en análisis de huesos de tumbas u otros aspectos de la arqueología. Junto a ellas encontramos la acción del cambio climático.

La lucha de estas sociedades contra los embates de la enfermedad era en gran parte religiosa, como así las causas que otorgaban a su aparición, “la ira de los dioses”, “la ira de Dios”. Otros motivos de carácter mágico podían ser la aparición de un cometa o la conjunción de varios astros. Sin embargo también hubo eruditos que aplicaban la razón para entender y combatir sus estragos. Desde el punto vista médico poco o nada se podía hacer: evitar el contagio, cuestión también difícil si no sabía el origen y forma de propagación de los patógenos, la buena alimentación, por eso algunas epidemias atacaban más a los pobres, sangrías, que empeoraban al paciente, o hierbas medicinales de escasa efectividad.

El cambio climático es un vector que acompañaba e incluso favorecía la propagación de los males del cuerpo. En la época estudiada eran fenómenos naturales que podían originarse a miles de kilómetros de estas sociedades. Con los vaivenes de la atmósfera venían asociados otros factores perturbadores como las referidas plagas de langosta. Las sequías provocadas por la falta de lluvias eran perniciosas pero también lo eran cuando las precipitaciones eran demasiado abundantes: inundaciones, rotura de presas y canalizaciones, pérdida de cultivos. En una agricultura poco tecnificada las variaciones de temperatura afectaban seriamente a diferentes cultivos.

Pandemias y climatología vistas aisladamente no explican los cambios históricos pero son elementos cada vez más importantes en cualquier estudio de esta ciencia. En este sentido hemos querido dar unas pinceladas a la luz de las últimas investigaciones.

Sufrimos  los efectos económicos de la pandemia.  La recuperación no puede venir sin las ayudas necesarias a las poblaciones más desfavorecidas y sin la cooperación internacional. Actualmente asistimos a plagas de langosta en el Este de África que provocan hambrunas. 

 

 

Alcoletge, 4 de Mayo de 2020

[1] Hacemos una pequeña introducción sobre noticias de plagas antes del siglo II de nuestra Era sin profundizar en ellas ya que hemos fijado anteriormente la cronología del presente artículo

[2] Referencias a estas enfermedades las tenemos en la bibliografía que reflejamos en las diferentes notas a pie de página. La terminología concreta sería la de pestilencia pero utilizamos varios sinónimos para evitar reiteraciones

[3] Sobre esta epidemia ver  BERNABÉ, A. y ÁLVAREZ-PEDROSA, J. A., Historia y leyes de los hititas. Textos del Reino Medio y del Imperio Nuevo, Madrid, 2004.

[4] Una excelente descripción de esta epidemia y sus posibles agentes la encontramos en el siguiente artículo https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0716-10182011000500013

[5] Un resumen de estas pandemias las podemos seguir en GONZALBES CRAVIOTO, E. y GARCÍA GARCÍA, I.: Una aproximación a las pestes y epidemias de la antigüedad, en Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, t. 26, 2013, Madrid, pp 63-82.

El desarrollo más actual y metódico se encuentra en HARPER, Kyle, El fatal destino de Roma. Cambio climático y enfermedad en el fin de un Imperio, Crítica, Barcelona, 2019. El autor se adentra en la importancia de las enfermedades y el clima para explicar la decadencia del Imperio Romano. Nuestra exposición sigue básicamente a este erudito.

[6] Inscripciones en lápidas, papiros y relatos bibliográficos permiten seguir esta expansión. Camino que seguía el médico Galeno hasta Roma, es decir, huía de la enfermedad a medida que esta iba avanzando.

[7] A este renacer de Apolo contribuyeron los relatos que mencionan a al coemperador Lucio Vero y su general, Avidio Casio saqueando la ciudad de Seleucia (ciudad siria junto al Tigris) provocando de esta forma la emanación de un “vapor nocivo” del templo dedicado al dios griego. HARPER, K., op. cit., pag. 127.

[8] Para seguir las investigaciones que descartan las enfermedades citadas y que concluyen en el Ébola ver HARPER, K.: op. cit. Pp. 170-180

[9] Desde los estudios de referencia de Le Roy Ladurie sobre historia del clima en épocas Medieval, Moderna y Contemporánea: Histoire di climat depuis l’an mil, Flammarion, Paris, 1983, las investigaciones sobre esta cuestión en todas las etapas cronológicas se han multiplicado. Para los interesados en el tema citamos alguna obra reciente en la cual es posible rastrear nuevas publicaciones. BRASERO, R.: La influencia silenciosa. Como el clima ha condicionado la historia, Espasa, Barcelona, 2017. URIARTE, A.: Historia del clima de la Tierra, Géminis Papeles de Salud, Madrid, 2010.

[10] No es objeto de este artículo exponer con amplitud la influencia del clima en la Historia del entorno mediterráneo, esta será una cuestión para un próximo estudio divulgativo, no obstante hablamos mínimamente de los fenómenos referidos para enlazarlo con las pandemias de la época

[11] Op. cit. P. 213

[12] Para ver las consecuencias en cada zona: HARPER, K: op. cit. Pp. 304-321

[13] El mundo tardorromano, Bizancio y la Alta Edad Media han sido tratados en numerosas obras, señalamos aquí dos estudios recientes de estas épocas: HEATHER, P.: Emperadores y bárbaros. El primer milenio de la Historia de Europa, Crítica, Barcelona, 2018.  SOTO CHICA, J.: Imperios y bárbaros. La guerra en la Edad Oscura, Desperta Ferro Ediciones, Madrid, 2019.

[14] Las teorías más seguidas hasta el momento hablan de una larga transición hacia el feudalismo que tendría sus orígenes remotos en la crisis del siglo III y evolucionaría hasta su plena instauración en el siglo X. El historiador francés Guy Bois mantiene, sin embargo, que no fue una larga evolución sino una ruptura global que cambió Europa en poco tiempo: La revolución del año mil, Crítica, Barcelona, 2015.


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