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Byung-Chul Han - Filosofo critico de la sociedad digital

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Byung-Chul Han:
El filósofo coreano Byung-Chul Han. FOTOGRAFÍAS: JULIEN MIGNOT | GETTY | ISABELLA GRESSER
Nacido en Corea del Sur y formado en Alemania, es el pensador de referencia del nuevo milenio y el que critica con mayor dureza los vicios de la sociedad digital: de la dependencia de las redes al atracón de series.

  Cada uno de sus libros, todos publicados en español por Herder, ha servido para dibujar con precisión los contornos de la sociedad digital que nos habita:
 
- La explotación ha devenido autoexplotación (La sociedad del cansancio), 
- El infierno de lo igual ha aniquilado el verdadero sentido del otro (La agonía del Eros), 
- La represión ha sido sustituida por el exceso de información y de placer (La expulsión de lo distinto), y 
- El entretenimiento ha sido absorbido por la imperiosa necesidad de producir ...de "emprender"
(aquí, su último y fulgurante ensayo Buen entretenimiento). Y así.
 




 Tratamos de matar el tiempo a base de entretenimientos cutres que aún nos entontecen más.




"El ocio se ha convertido en un insufrible 
no hacer nada"



 
entrevista: 

Su último libro, 'Buen entretenimiento', recuerda al trabajo de Neil Postman 'Divertirse hasta morir.  
El discurso público en la era del show business'. Pero Postman tiene una visión mucho más apocalíptica que la de usted y supone que la necesidad que tenemos de entretenernos ha destruido nuestra capacidad de reflexionar. 
 
¿Se muestra dispuesto a compartir la misma tesis?

Mi libro Buen entretenimiento no es apocalíptico. En él me refiero al juego. Bajo la presión de tener que trabajar hoy nos hemos olvidado de cómo se juega. El ocio sólo sirve hoy para descansar del trabajo
Para muchos el tiempo libre no es más que un tiempo vacío, un horror vacui
 
El estrés, que cada vez es mayor, ni siquiera hace posible un descanso reparador. Por eso sucede que mucha gente se pone enferma justamente durante su tiempo libre. Esta enfermedad se llama leisure sickness, enfermedad del ocio.  
 
El ocio se ha convertido en un insufrible no hacer nada, en una insoportable forma vacía del trabajo. Incluso el juego ha sido absorbido hoy por el trabajo y el rendimiento. 
El trabajo se ludifica. 
 
Es decir, las ganas que todos tenemos de jugar se ponen al servicio del trabajo, que las explota y saca partido de ellas. Suponiendo que aún quede un entretenimiento al margen del trabajo, se ha degradado a una mera desconexión mental, que es cualquier cosa menos buen entretenimiento. Tenemos la tarea de liberar el juego del trabajo. 
 
La sociedad futura será una sociedad del juego. Si nos acabamos convirtiendo en una sociedad del entretenimiento, o del juego, sin trabajo, ¿no habría que reinterpretar entonces el mismo concepto de tiempo?

El tiempo laboral se ha totalizado hoy convirtiéndose en el tiempo absoluto. Realmente deberíamos inventar una nueva forma de tiempo. Si resulta que nuestro tiempo vital o la duración de nuestra vida coincide por completo con el tiempo laboral, como en parte está sucediendo ya hoy, entonces la propia vida se vuelve radicalmente fugaz. 
 
Yo contrapongo al tiempo laboral el tiempo festivo. El tiempo festivo es un tiempo de ociosidad, que hace posible recrearse y permite una experiencia de la duración. 
El tiempo festivo es un tiempo en el que la vida se refiere a sí misma, en lugar de someterse a un objetivo externo. Deberíamos liberar la vida de la presión del trabajo y de la necesidad de rendimiento. 
 
De lo contrario la vida no merece la pena vivirla. 
 
¿Lo contrario de la sociedad del entretenimiento sería una sociedad del 'sano' aburrimiento? ¿Puede el aburrimiento ser sano?

Lo contrario de la sociedad del juego es nuestra sociedad del rendimiento, nuestra sociedad del cansancio, en la que cada uno se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que así se está autorrealizando
 
Nos matamos a base de autorrealizarnos. 
Nos matamos a base de optimizarnos. Pero el hombre no es un homo laborans, sino un homo ludens.  
 
El hombre ha nacido para jugar, no para trabajar. 
 
Aunque sea volver a argumentos ya analizados en sus obras, ¿cómo explica usted el éxito actual de lo más entretenido del mundo del entretenimiento: las series de televisión?

Esa es una cuestión interesante. Me gustaría explicarla filosóficamente. Nuestra capacidad perceptiva ha perdido hoy la capacidad de demorarse en algo. Nuestra percepción asume una forma serial. Se apresura de una información a la siguiente, de una sensación a la siguiente, sin llegar nunca a un final. 
 
Se produce un consumo sin fin. Las series gustan tanto hoy porque responden a nuestros hábitos seriales. En el nivel del consumo mediático eso conduce al binge watching o atracón de televisión, al visionado bulímico. El visionado bulímico se ha convertido hoy en el modo de percepción generalizado.  
 
El régimen neoliberal intensifica los hábitos seriales para hacernos producir más, para forzarnos a un consumo mayor.
Matamos el tiempo con entretenimiento cutre que nos entontece. El ocio es una forma vacía del trabajo ¿Qué opinión le merecen los movimientos hedonistas que reivindican el placer de lo lento como 'slow-food' frente a 'fast-food'? ¿Son realmente revolucionarios?

La actual crisis del tiempo no radica en la aceleración, que podría solucionarse con estrategias de desaceleración, como por ejemplo slow food o yoga. A la actual crisis del tiempo yo la llamo "discronía". 
 
El tiempo carece de un ritmo que ponga orden, carece de una narración que cree sentido. El tiempo se desintegra en una mera sucesión de presentes puntuales. Ya no es narrativo, sino meramente aditivo. El tiempo se atomiza. 
En un tiempo atomizado tampoco es posible una experiencia de la duración. Hoy cada vez hay menos cosas que duren y que con su duración den estabilidad a la vida
 
El tiempo ha perdido hoy su fragancia. A la civilización actual le falta sobre todo vida contemplativa. Por eso desarrolla una hiperactividad, que le quita a la vida la capacidad de demorarse y recrearse. Ya no es posible experimentar un tiempo pleno. 
A causa de esta falta de tranquilidad nuestra civilización se está tornando una barbarie. Me intriga cuál es su relación personal con el mundo digital que usted tanto critica.
 
 ¿Utiliza usted Facebook, Twitter o Instagram?

No es cierto que yo demonice el medio digital. Como todos los medios, también el digital tiene un potencial emancipador. Da más libertad. Pero lo que sí me parece muy problemático es que esta libertad se torne hoy de muchas maneras una coerción. 
 
Hay una coerción de comunicación a la que estamos sometidos. Y los medios sociales han influido muy negativamente en la comunicación. La comunicación digital es a menudo muy emocional. Twitter ha resultado ser un medio emocional. Permite descargar inmediatamente las emociones. 
 
La política que se basa en él es una política emocional, que ya no es política en sentido propio. 
 
 Kant proscribió los impulsos emocionales de la esfera moral. La moral es, como la política, cosa de la razón, que se opone a las emociones. No se puede enseñar moral por Twitter. 
 
Si yo critico los medios digitales es sobre todo porque generan una ilusión de libertad
 




En los años 80 todo el mundo se echó a la calle a protestar contra la elaboración del censo de población. Incluso pusieron una bomba en una oficina de empadronamiento. La gente pensaba que tras la elaboración de un censo de población había un Estado policial que les coartaba la libertad y les sonsacaba informaciones contra su voluntad. 



 
Sin embargo, el cuestionario para el censo de población sólo contenía datos muy inocuos, como el nivel de estudios o la profesión. 
 
Por Facebook o Instagram revelamos hoy voluntariamente una enorme cantidad de informaciones personales, incluso detalles íntimos. Y al hacer eso nos sentimos libres, aunque en realidad estamos totalmente controlados.
 
 
¿Puede haber una forma razonable de utilizar las redes sociales?

Podemos utilizar razonablemente los medios sociales con objetivos políticos. Gracias a ellos nos podemos interconectar y actuar en común. 
 
Pero los medios sociales están totalmente privatizados y sometidos a egoísmos. Nos desnudamos en ellos para así satisfacer nuestro narcisismo. La comunicación digital es hoy una comunicación sin comunidad. Deberíamos politizar los medios sociales. 
Deberíamos convertirlos en un espacio público en el que nos olvidáramos de nuestro ego y apostáramos por intereses comunes. 
 
¿Cree usted posible un mundo digital distinto, que no sea egoísta ni narcisista?

No es la digitalización la que nos hace narcisistas. Ella se limita a intensificar el narcisismo que ya hay. La comunicación digital estuvo dominada en sus comienzos por ideas utópicas. 
 
El creciente narcisismo es un gran peligro para nuestra sociedad. 
La forma de producción neoliberal intensifica el narcisismo
 



Hoy cada uno es empresario de sí mismo
Cada uno se realiza a sí mismo
Cada uno se produce a sí mismo. 
Cada uno venera el culto, la liturgia del yo en la que 
uno es sacerdote de sí mismo




Ya no somos capaces de un nosotros
de una acción común. 
 
Incluso el actual culto a la autenticidad hace que la sociedad se vuelva narcisista. 
 


El narcisismo hace que se pierda el eros en la cultura. Invertimos todas las energías libidinosas en el ego. 
 
La sobreacumulación narcisista de libido de ego nos pone depresivos y genera sentimientos negativos, como la angustia. Freud aplicó su teoría de la libido también a la biología. Las células que se comportan de forma narcisista, es decir, que carecen de eros, son peligrosas para el organismo. 
 
Para la supervivencia del organismo son indispensables justamente aquellas células que se comportan de forma altruista e incluso se sacrifican por otras. Freud atribuye la libido del yo al impulso de muerte. 
 
La acumulación narcisista de libido del yo es mortal tanto para el organismo como para la sociedad. Sólo nos cabe aguardar que el eros regrese a nosotros. 
El eros es lo único que nos permitiría superar la depresión.

El sistema está enfermo. Hay que combatirlo, en lugar de tratar inútilmente de remediar los síntomas Toca mirar alrededor. 
 
¿Cree que movimientos como el de los 'chalecos amarillos' obedecen a una reacción al sistema económico global?

De las protestas de los chalecos amarillos me llama la atención que no sólo no tienen dirigentes, sino tampoco visiones. 
 
Se quejan de esto y de lo otro, pero no formulan ninguna visión. No dicen en qué sociedad quieren vivir. La causa de las protestas no fue el descontento con el neoliberalismo o con la desigualdad social, sino la nueva ecotasa al diésel. 
 
Se constata mucho enojo, pero no una ira ni una cólera que ponga en cuestión el sistema dominante y le oponga la visión de un mundo mejor. 
 
Evidentemente el sistema neoliberal actual ha reducido nuestro horizonte político. 
 
Ya no tenemos una visión. Lo que los chalecos amarillos visibilizan no son más que síntomas. Se limitan a exigir la desaparición de los síntomas. 
 
Pero la verdadera causa de los síntomas sigue intacta. El propio sistema está enfermo. Hay que combatir el propio sistema, en lugar de tratar inútilmente de remediar los síntomas. 
 
Para terminar, ¿cree que la Historia de la Filosofía debería formar parte de los programas educativos? Se lo pregunto porque aquí en España la eliminaron hace poco como asignatura obligatoria en el último curso de bachillerato.

Hoy se elimina todo lo que no reporta un provecho inmediato, es decir, económico. 
 
Se renuncia a la formación integral a cambio de la formación profesional. 
Renunciar a la filosofía significa renunciar a pensar. 
La filosofía es un pensamiento meditativo, que se distingue del pensamiento calculador. Hoy el pensamiento se asimila cada vez más al cálculo. 
El pensamiento calculador da continuidad a lo igual. La palabra alemana para meditar, sinnen, "darle vueltas a algo", significa originalmente "viajar". 
Por tanto, en un sentido enfático pensar es dar vueltas, viajar.
Es estar en camino hacia otro lugar.
El pensamiento meditativo y filosófico es el único capaz de engendrar algo totalmente distinto. Hoy vivimos en un infierno neoliberal de lo igual. 
Para este infierno de lo igual resulta un peligro el pensar, la filosofía, porque interrumpe lo igual a favor de lo totalmente distinto, es más, a favor de una forma de vida totalmente distinta.
Por eso es precisamente en el infierno de lo igual donde habría que introducir la filosofía como asignatura obligatoria, en lugar de eliminarla. 
De lo contrario sólo prosigue lo igual. 
La revolución empieza con el pensamiento. La filosofía es la comadrona de la revolución 

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MAS SOBRE EL  TEMA:

Sus obras La agonía del Eros, La sociedad del cansancio, La expulsión de lo distinto, En el enjambre, Sobre el poder, La sociedad de la transparencia, El aroma del tiempo, Psicopolítica, Topología de la violencia, etc. (todas ellas editadas por Herder) han cautivado a gente muy diversa en todas las lenguas, atraídos por las críticas del autor al individualismo, el capitalismo y las nuevas tecnologías.

1 Los filósofos a los que descubrió y amó. Byung-Chul Han nació en Seúl (Corea del Sur), donde estudió ingeniería mecánica. 
 
Pronto decidió que aquello no era lo suyo, y engañando a su familia (cuya presión y autoridad no aceptaba), tomó la decisión de marcharse a estudiar a Alemania, pese a no saber una palabra del idioma. Allí decidió estudiar lo que de verdad le llamaba, lo propio de su naturaleza romántica: Literatura. 
 
Él mismo reconoce que nunca había oído hablar de filosofía y que filósofos como Heidegger (sobre quien después realizó su tesis) o Edmund Husserl eran para él personajes totalmente desconocidos. 
 
Pero al descubrirlos cayó en su embrujo y estudió Filosofía en la Universidad de Friburgo y Teología y Literatura en la Universidad de Múnich. Hoy es profesor en la Universidad de Berlín, donde dirige el programa de estudios generales.

2 Su filosofía es tan seguida como criticada. Su pensamiento es un maremágnum en el que esclavitud y libertad, pasión y represión, sexo y amor se confunden y mezclan en intrincadas conexiones que, además, inciden unas en otras.
“La sociedad del cansancio”, editada por Herder, una de las obras más famosas de Han.
 
 Es este un fenómeno que Han atribuye principalmente al liberalismo, que ha llevado a la sociedad a un paisaje patológico de trastornos neuronales tales como la depresión, el déficit de atención, la hiperactividad o el síndrome de agotamiento crónico (burnout, literalmente agotamiento, “estar quemado”). Todas estas alteraciones están causadas no por un trastorno inmunológico, sino que son consecuencia de un exceso de positivismo. La mentalidad del trabajo que establece el capitalismo, la libre competencia, la productividad, la creación de riqueza, destruye a los ciudadanos, provocando “depresiones y cáncer” y que tiene el dudoso honor de haber conseguido el imposible, esto es, que el trabajador sea su propio explotador, exigiéndose cada vez más. Una esclavitud sin dominio.

4 Totalitarismo invisible. Es este sistema un modelo nuevo y ajeno al que ha existido en la historia previa. Si el comunismo y el fascismo eran movimientos que coaccionaban al individuo a base de la fuerza externa, el capitalismo se ha convertido en un sistema totalitario que aplica la fuerza internamente.

Para Han, la mentalidad del trabajo que establece el capitalismo, la libre competencia, la productividad, la creación de riqueza, destruye a los ciudadanos Pese a lo que indican los datos (la violencia ha ido bajando con los años), Han defiende que esta sólo se ha transformado. Ya no son necesarios los genocidios y grandes masacres, porque se ha inventado un sistema nuevo, mucho más sutil. La guerra ya no es la herramienta, sino la violencia sistémica, anónima, no revelada. Y la ejerce el propio individuo contra sí mismo. Un nuevo concepto inventado por Han que funciona a través de la libertad individual, que se traduce en esclavitud. La expresión de las propias ideas es para él, en realidad, una mordaza, y la violencia ya no es externa, sino que es interiorizada, por lo que no se puede luchar contra ella.

5 Individualismo. El gran problema de la sociedad, y que nace del liberalismo (cuya principal característica es anteponer los derechos del individuo sobre los del colectivo), es el egoísmo. La gente sólo vive en torno a sí misma y ha perdido sus valores de vivir “para los demás”. Miramos únicamente por lo que nosotros queremos y luchamos por alcanzar nuestros objetivos particulares. Y son precisamente esos hábitos, en opinión de Han, el origen de todos los problemas que tenemos.
La única cura es cambiar ese sistema y recuperar la mirada receptiva hacia la realidad del otro. Vivir para los demás –esperando que los demás vivan también por nosotros, obviamente–. Sólo acabando con nuestro narcisismo podremos evitar los males que nos asolan.
6 Hipertransparencia. La existencia de cualquier cosa depende de que sea previamente expuesta. Esto es el resultado de la norma cultural creada por el capitalismo, que nos impulsa a la divulgación voluntaria de nuestra información. Un sistema nocivo en el que la transparencia no es en modo alguno una virtud, sino un arma para que nos abramos de par en par a expensas de valores sociales como la vergüenza, el secreto y la confidencialidad.
La exposición hasta el exceso (que tilda de “pornográfica”) convierte todo en mercancía. Todo ha de ser entregado desnudo, sin misterios, listo para ser consumido de inmediato. Y esto mata el placer, pues este exige cierto ocultamiento. No todo ha de ser comprendido, no todo ha de estar disponible, no todo tiene por qué gustarnos.
Esto es también consecuencia del capitalismo, cuya mercantilización de la vida es inherente a sí mismo, matando el secreto y el misterio que ineludiblemente acompañan los trances más importantes de la existencia.
7 La agonía del Eros. Esta hipertransparencia es especialmente peligrosa en lo que al sexo y el amor se refiere. Vivimos en una sociedad tan sexualizada –pornografía, publicidad, promiscuidad, exhibicionismo (todos resultados de la transparencia)– que ha terminado matando al amor, al erotismo, al deseo. Y puesto que el pensamiento, en opinión de nuestro autor, se basa en la oposición –en el deseo de lo que no entendemos–, esta agonía del Eros es, en realidad, una agonía del propio pensamiento.
8 Hipercomunicación. También relacionado con el punto anterior. Internet, las redes sociales y, en general, toda la revolución digital han transformado y corrompido el fundamento de la sociedad. Existimos como un enjambre digital de individuos aislados, sin acción colectiva, sin sentido. Hemos generado una hipercomunicación que destruye el silencio, viviendo en un ruido constante que nos aturde y que nos impide cuestionarnos el orden establecido en que vivimos, el ya citado totalitarismo invisible.


Existimos como un enjambre digital de individuos aislados, sin acción colectiva, sin sentido, en un ruido constante que nos aturde 9 Críticas a su filosofía. Todas estas cuestiones han contado con múltiples detractores. Que Han –curiosamente, alguien que se estableció en Europa para disfrutar de la libertad que no tenía en la hermética sociedad coreana– traduzca la libertad en esclavitud suena a novela de George Orwell (“La libertad es esclavitud, la guerra es la paz, la ignorancia es la fuerza”, lema del partido Ingsoc en 1984).
Todos los problemas que identifica el autor son culpa de la libertad alcanzada por la humanidad: libertad para expresarse, para relacionarse, para innovar. Las redes sociales, una herramienta que ha puesto en conexión a millones de personas en todo el mundo, se descubren como algo apuesto, que margina y aísla al individuo. El sexo, libre y banalizado, alejado del yugo al que lo sometió la historia y la moral religiosa, es malo porque destruye el amor. La libertad para trabajar, para comprar, para movernos y alcanzar nuestras metas es esclavitud.
“La sociedad de la transparencia”, de Han, publicado por Herder.10 Las preguntas que su pensamiento provoca. ¿La gente ya no se relaciona? ¿Ya no se ama? 
 
¿No debería poder alcanzar el límite de sus capacidades? ¿No tiene derecho a vivir su vida como quiera vivirla? Estas opciones que Han critica son nuevas formas de interacción a disponibilidad de los seres humanos, quienes libremente pueden decidir qué hacer al respecto.

Han achaca al capitalismo el ser un movimiento totalitario violento y silencioso, cuya mayor atrocidad es su la que suele catalogarse como su principal virtud: la libertad y el derecho del individuo. No son pocos los que se preguntan qué es entonces el sistema que defiende, pues todos los movimientos totalitarios que han existido han llegado de concepciones colectivistas, opuestas al individualismo. No pasa inadvertido que precisamente esos regímenes que anulan el individualismo hayan pasado a la historia como los más terroríficos y crueles. La posición de Han, contraria a esa idea de libertad, es vista con recelo en el mundo.

Otro aspecto que se critica de su filosofía es la aparente incapacidad que tienen las personas para vivir, pensar, tomar decisiones. De sus páginas se extrae una idea del ser humano como un robot, mutilado mentalmente, que no cuenta con voluntad propia alguna y que está totalmente supeditado al sistema opresor en el que está inmerso. Nos habla de sociedad del cansancio, de la hipertransparencia, de la autoviolencia… ¿Acaso no tenemos responsabilidad sobre nuestras vidas? 
 
¿Estamos sujetos a un destino imposible de alterar? ¿No decidimos nosotros mismos si hacemos horas extra, subimos fotos a Facebook, compramos un producto o decidimos si queremos una relación seria o casual? ¿Somos tan borregos?

Estas y muchas otras reflexiones son las que giran en torno a la obra del popular filósofo surcoreano, que ha conseguido atraer hasta sus libros tanto a aquellos que creen a pies juntillas sus planteamientos como a los que no ven más que fisuras en los mismos. Sea como fuere, no ha dejado a nadie indiferente y si quieres posicionarte no te queda más opción que esta: leerlo. Sólo así podrás decidir de qué lado estás.




“La expulsión de lo distinto”, de Byung-Chul Han

La expulsión de lo distinto.jpgCuántos padres se endeudan para poder llevar a sus hijos a Disneyland después de hacer la comunión, o comprarles un teléfono móvil de última generación para que puedan chatear durante todo el día con sus amigos. Lo hacen no porque quieran, o porque puedan, o porque les parezca bien. Lo hacen para evitar que sus hijos sean señalados en su colegio, en su barriada. Temen que eso, el hecho de que no tengan algo que tiene todo el mundo, les diferencie. Son prisioneros del terror de lo igual. Hacemos lo que hacemos, vivimos como vivimos porque todo el mundo lo tieneo todo el mundo lo haceo todo el mundo lo compra. Esto que ocurre actualmente es distinto a lo que pasaba no hace mucho. Recuerdo en mi infancia cuando le decía a mis padres que quería esto o aquello porque un amigo lo tenía; éstos me respondían con la consabida fórmula: “Si tu amigo se tira por un puente, ¿tú también vas a tirarte?”. Había una resistencia, una presión externa, unos distingos. Eran tiempos en los que seguramente primaba todavía la negatividad: la era inmunológica de la que ha hablaba Foucault.
Byung-Chun Han pone sus propios ejemplos en La expulsión de lo distinto. Cuántas personas viven centradas en los “atracones de series” (p. 10), cebadas como ganado consumiendo vídeos y películas sin límite, porque todo el mundo lo hace. Cuántas personas viajan por el mundo sin experimentar nada. Todos iguales, preocupados de hacerse fotos y selfiespara luego colgarlos en redes sociales esperando el me gustade sus contactos. Cuántas personas entran en Facebook y sólo se relacionan con otras personas que son iguales a él o ella, que piensan igual que él o ella, pasando de largo de los desconocidos y de gente que piensa de manera distinta.
Este es el mundo donde impera elterror de lo igual. El argumento completo de Han es que no hay nadie detrás empujando a hacer este tipo de cosas: es uno mismo. La presión viene desde el propio interior del sujeto. Como puede leerse en otro de sus opúsculos (La sociedad del cansancio) es el propio sujeto del rendimiento el que se aprieta a sí mismo, el que se fuerza hasta la extenuación. Eliminado lo otro también queda eliminado el otro explotador. Como sabemos, el análisis de Han no es de corte marxista-dickensiano: es el sujeto el que “se muele a palos o se asfixia a sí mismo” (pp. 9-10). Es autodestrucción.
Han desarrolla así un análisis de los males de nuestro tiempo y de nuestra cultura. Lo expuesto anteriormente es un botón de muestra de lo que puede leerse en La expulsión de lo distinto. Este pensador dedica su filosofía a la crítica dela fase más actual y reciente del capitalismo. A lo largo y ancho de una serie de pequeños ensayos ha ido lanzando un conjunto compacto de tesis relacionadas con la cultura, el arte, la comunicación, el sujeto y las relaciones sociales, etc. Es este sentido, La expulsión de lo distinto (2017), que centra su análisis y reflexión en la alteridad, encaja perfectamente en este conjunto de pensamientos y temáticas que he denominado “Saga de la Sociedad Positiva”.
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“Los tiempos en los que existía el otro se han ido” (p. 9). Con esa frase comienza Han su libro. No dice nada y lo ha dicho todo. En las restantes ciento y pico de páginas aborda, con su peculiar estilo provocador de críticas claras y frases cortas y concisas, las diversas formas de la pérdida o eliminación de la alteridad en nuestro tiempo. De nuevo lo vemos en diálogo con otros filósofos (en este volumen destacan Heidegger, Baudrillard, Levinas, Adorno, Handke o Canetti, entre otros), añadiendo ejemplos de la literatura, el cine y las artes plásticas (la poesía de Celan, El extranjerode Camus, 1984de Orwell, Anomalisade Charlie Kaufmann, La ventana indiscretade Hitchcock, las esculturas de Koons, etc.) y expresiones culturales contemporáneas (binge watching[atracones], shitstorms[linchamientos digitales], selfies, etc.).
En el capitalismo neoliberal y la revolución digital vivimos en el reino de lo igual. Uno de los elementos principales que hace a este mundo tal y como es el terror a lo distinto. Y de los nuevos terrores nacen nuevas violenciasque empezamos a vislumbrar pero que todavía no somos capaces de comprender completamente. El capitalismo, por ejemplo, niega la autonomía material del cuerpo, imponiéndole una marca. Somos ganado humano marcado a fuego. El cuerpo es una cosa, un objeto, una mercancía a la que hay que sacar rendimiento. El complejo problema que plantea Han es que el capitalismo neoliberal convence al sujeto para que sea él mismo el que se explote, para que se aliene a sí mismo sin necesidad de presión.
Expulsión byung.jpg
Asistimos a la expulsión y a la eliminación de lo otro-distinto pero sin usar la represión. Esto convierte este tiempo en una singularidad destacable. El Poder para conseguir lo que quieren ya no necesita oprimir, ni reprimir, ni censurar, ni restringir. Han no está diciendo que se haya terminado la violencia. La violencia actúa como siempre, para nuestra desgracia, pero con otro plan de ataque. Igual que hicieron los aqueos con los troyanos, el Caballo de Troya que nos entregaron fue el de la libertad. El actual Poder ya no teme la libertad. Y es que de la libertad ya no surge ningún contrapoder, no surgen alternativas competentes que pongan en peligro su hegemonía. Somos la sociedad más libre que haya existido nunca jamás en toda la historia de la Humanidad. Y, seguramente, nunca antes un poder hegemónico controló a una Humanidad tan dócil como la de ahora. Cuando la revolución digital se lanzó ese Poder se guardó un as en la manga: hipertrofiar el ego del ser humano medio. Éste usa esa libertad para elegir la marca de su móvil, a qué video de gatitos da el “me gusta”, vender la ropa que no usa en una plataforma digital o decidir contra quién dirige su indignación en las redes sociales. El narcisismo y la desaforada manifestación de pasiones, a través de internet y las redes sociales, hacen imposible una contra-respuesta racional y adecuada al Poder.
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El rechazo a la alteridad no sólo puede verse, dice Han, en la comunicación de las redes sociales o en la autoalienación en pos del rendimiento. En acontecimientos globales muy recientes puede verse este intento denodado de eliminar al otro y a lo distinto del mundo: el auge de los nacionalismos étnicos en Europa, la crisis de los refugiados en el Mediterráneo y la frontera de México y EEUU, el avance de la xenofobia defendida por políticos de inmensa relevancia (Trump, por ejemplo), etc.

Y ¿qué hacer?, entonces. La alternativa que propone Han a este obligado statu quode negación de la alteridad no difiere mucho de las propuestas que aparecen en sus otros opúsculos. Si la gente espera algún tipo de manifiesto grandilocuente, Han será decepcionante; leerá sus argumentos y no entenderá nada. La pragmática que propone Han es siempre orientadora e individual. Han no habla a las masas, ni al conjunto de la sociedad para que ésta haga una nueva revolución. Dudo mucho que Han quiera cambiar el sistema, pero tengo gran seguridad en que lo que quiere realmente y busca son cambios personales, que haya cada vez más gente que se dé cuenta de todos los elementos del propio sistema que hemos interiorizado para, poco a poco, ir acabando con ellos. Por eso su alternativa a esta destrucción de lo otro-distinto les suena a muchos como acción minimalista. Frente a lo mismo ir buscando lo otro, frente a lo igual ir buscando lo distinto, frente a la cercanía buscar la lejanía, frente a la xenofobia ofrecer hospitalidad; y así sucesivamente. Esto que a muchos les parece una perogrullada insuficiente se consigue, dice Han, mediante una ética de la escucha, un reencuentro amistoso y amoroso con el otro y una recuperación del arte que nos llene de asombro.

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Byung-Chul Han: «Hoy no se tortura, sino que se "postea" y se "tuitea"»

El surcoreano Byung-Chul Han es la nueva estrella de la filosofía. Sus ensayos son auténticos «best sellers» que llevan meses en nuestra lista de más vendidos. Afirma que ha seguido en su vida, sin saberlo, el significado de su nombre




Actualizado:Nacido en Seúl, la capital de Corea del Sur, en 1959, Byung-Chul Han engañó a sus padres: les dijo que iba a proseguir sus estudios de Metalurgia en Alemania, pero en realidad fue persiguiendo una pasión que, reconoce, estaba inscrita en su nombre: «El símbolo chino para ‘Chul’ significa, según el sonido, ‘hierro’ o ‘metal’, pero, según el sentido, también ‘luz’. En coreano filosofía significa ‘Chul-Hak’, es decir, ‘ciencia de luz’. De esta manera seguí en mi vida, sin saberlo, el significado de mi nombre».
Estudió Filosofía en la Universidad de Friburgo y Literatura alemana y Teología en la de Múnich. Profesor de Filosofía y Estudios Culturales en la Universidad de las Artes de Berlín, lo último que ha publicado en España, y en Herder, la misma editorial que sus anteriores cuatro libros, es Psicopolítica, en el que dirige su mirada crítica «hacia las nuevas técnicas de poder del capitalismo neoliberal, que dan acceso a la esfera de la psique, convirtiéndola en su mayor fuerza de producción».
Siguiendo la pauta establecida por sus primeros ensayos, como La sociedad del cansancio y La agonía del Eros, Byung-Chul Han hace hincapié en que la psicopolítica recurre a un «sistema de dominación que, en lugar de emplear el poder opresor, utiliza un poder seductor, inteligente (smart), que consigue que los hombres se sometan por sí mismos al entramado de dominación».
Al cabo de media hora, Byung-Chul Han mirará por primera vez el reloj
No es nada fácil concertar una entrevista con el filósofo coreano con coleta y cazadora de cuero, que descarta ser fotografiado «porque hay poca luz» y «hay demasiadas fotos [suyas] en la red». Con la ayuda de su editor español, que estudió el terreno como si se tratara de un hipersensible campo de minas, el autor de La sociedad de la transparencia accedió a que nos viéramos en el café de Berlín en el que suele citarse con los plumillas: el Liebling. El café amoroso. Un café de tonos blancos, ruidoso, con música ambiente, poca luz y perfectamente inadecuado para una entrevista, y menos para una entrevista con un filósofo. Llega puntual y enseguida se da cuenta de su error. Le proponemos trasladarnos a la acera de enfrente, donde un desierto restaurante italiano (el D’Angelo), que bien podía haber servido de decorado para un episodio de El Padrino. Él se encarga de explorar el terreno, y da el visto bueno.
Sentados junto a una ventana que da a la noche, y que le servirá al filósofo para pensar con la mirada perdida durante minutos y minutos, hablamos a tres bandas: las preguntas en español han de ser vertidas al alemán, y viceversa. Tres tés verdes, una mesa cubierta con el ineludible mantel de cuadros rojos y blancos, y una vela temblorosa que acentúa la irrealidad del encuentro. Se nota que no le gustan las entrevistas, y mucho menos los periodistas, aunque indagará sobre el grado de conocimiento de su obra y de su figura en España.
Aunque dice que dispone de todo el tiempo del mundo, al cabo de media hora mirará por primera vez el reloj. La impaciencia le irá reconcomiendo hasta proponer que le enviemos las preguntas por correo electrónico. En dos horas que pasan con una lentitud exasperante, el momento más extraño es cuando a la pregunta de si la filosofía es un género literario o una disciplina científica responde: «Ninguna de las dos».
Entonces ¿qué es la filosofía?
Esa es una pregunta muy difícil.
Tras cuatro largos minutos de silencio contemplando la noche berlinesa intentará una respuesta. Pero tanto la pregunta como la respuesta desaparecerán de la versión final. Eran más de cuarenta los interrogantes que traía conmigo. Tras la criba a la que sometió el cuestionario el filósofo coreano, y que tuvo que sortear con el mejor tino la traductora e intérprete, Elizabeth Rudolph, esto es lo que quedó de la conversación (y de la correspondencia electrónica) con Byung-Chul Han, que llegó con un libro de tapas duras y negras que ocultó bajo sus manos finas y sin anillos. Hasta que lo abrió para precisar una idea: era una de sus obras.
«Nos realizamos hasta morir, nos optimizamos hasta morir»
Habla con los brazos cruzados, mira brevemente a los ojos. A veces se tapa el rostro con las manos. Es un manojo de contradicciones: sabe que depende de la prensa para que sus ideas se difundan, porque está claro que quiere influir con lo que dice, con su máquina de pensar. Pero le gustaría no tener que hacerlo. Dice de los periodistas culturales alemanes que han escrito libros que son arrogantes, y pregunta si son también así los españoles. Coge la tarjeta del plumilla venido de lejos, la mete con displicencia entre las páginas de su libro, pero después lo piensa mejor y, mientras contesta con fastidio a la última pregunta que malamente logramos hacerle, la retuerce, para dejarla finalmente abandonada sobre el mantel del restaurante mafioso. Byung-Chul Han. Un pensador de nuestro tiempo. Pero también un hombre misterioso. No será fácil descifrarle, aunque en sus libros se esmera en expresarse con claridad. La cortesía del filósofo. El enigma del hombre.
¿El verdadero filósofo es un aguafiestas, el encargado de difundir un mensaje que no se quiere escuchar?
Pienso que la gente que lee mis libros se siente muchas veces personalmente atacada. Algunos los leen casi como una biblia, pero otros los rehúyen como el diablo del agua bendita. Mis libros sacuden el sobrentendido en el que muchos se han acomodado. Concentran la atención de la gente en la parte interior fea, la que se oculta tras la bonita fachada. Dejan al descubierto ilusiones fatales. «Aguafiestas» sería un término demasiado suave.
En «Psicopolítica», su último ensayo, dice que la libertad ha sido un episodio, que vivimos en una luminosa e interconectada ilusión de libertad que en realidad no es más que una voluntaria esclavitud de soledades sin fin, y que, aunque queramos despertar, no podemos. ¿Es tan terrible nuestra realidad?
Vivimos realmente en una ilusión de libertad. No somos tan libres. Se ve que la comunicación que se considera libertad se transforma en vigilancia. Comunicación y transparencia también provocan una obligación a la conformidad. Hoy tenemos la impresión de que no somos sujetos sometidos, sino un proyecto que siempre se renueva, se reinventa y se mejora sin cesar. El problema es que este proyecto, en el que se convierte el sujeto sometido, se revela como figura forzada. El yo como proyecto revela coerciones del propio yo, que se reflejan, por ejemplo, en el aumento del rendimiento o la optimización. Vivimos en una fase histórica particular, en la que la propia libertad genera coerciones.
«La técnica de poder del sistema neoliberal es seductora, no prohibitiva»
Para Karl Marx, el trabajo conduce a la alienación. El sí-mismo se destruye por el trabajo. Se aliena del mundo y de sí mismo a través del trabajo. Por eso dice que el trabajo es una autodesrealización. En nuestra época, el trabajo se presenta en forma de libertad y autorealización. Me (auto)exploto, pero creo que me realizo. En ese momento no aparece la sensación de alienación. De esta manera, el primer estadio del síndrome burnout (agotamiento) es la euforia. Entusiasmado, me vuelco en el trabajo hasta caer rendido. Me realizo hasta morir. Me optimizo hasta morir. Me exploto a mí mismo hasta quebrarme. Esta autoexplotación es más eficaz que la explotación ajena a la que se refería el marxismo, porque va acompañada de un sentimiento de libertad.
¿Por qué son tan breves sus libros? ¿Para no contribuir a la sociedad del cansancio?
Hace poco, en el periódico Die Zeit se publicó una entrevista en la que fui presentado como alguien capaz de derrumbar con pocas palabras construcciones enteras de pensamientos que sostienen nuestra vida cotidiana. Entonces ¿por qué hace falta escribir libros voluminosos? Se escriben libros voluminosos porque al autor no se le ocurren aquellas pocas frases con las que echar por tierra el mundo. Es un progreso que mis libros sean cada vez más breves.
¿Sus obras ayudan con su claridad a entender el momento en que vivimos porque la gente está muy perdida y sus libros iluminan esta perdición?
«Estamos en una guerra sin muro. Hoy la gente está en guerra consigo misma.»
En mis libros describo de dónde viene esta perdición. Entiendo muy bien a los españoles porque lo mismo que sufre España ahora es lo que ya sufrió Corea del Sur. Después de la crisis financiera asiática vino el Fondo Monetario Internacional como un diablo que nos dio dinero pero nos robó el alma. Ahora los coreanos sufren una enorme presión competitiva y de rendimiento. La solidaridad se desintegra. La gente está afectada por depresiones y el síndrome de burnout. Corea tiene el porcentaje de suicidios más alto del mundo. Obviamente, la gente no puede aguantar ese estrés. Y cuando fracasa no responsabiliza a la sociedad sino a sí misma. Tiene vergüenza y se suicida. La crisis económica causó un choque social y provocó una parálisis en la gente.
Asegura que el capitalismo huye hacia el futuro, se desmaterializa, se convierte en neoliberalismo y convierte al trabajador en empresario que se explota a sí mismo en su empresa. ¿No hay salida? ¿Es pertinente volver a hacerse la pregunta ‘qué hacer’?
Resulta que el sistema neoliberal es muy estable e inquebrantable. Nos sentimos libres mientras nos explotamos a nosotros mismos. Esta libertad imaginada impide la resistencia, la revolución. El neoliberalismo aísla a cada uno de nosotros y nos hace empresarios de nosotros mismos.
El Muro de Berlín era tan real, y letal, como la «guerra fría». ¿Qué le dicen sus escombros?
Durante la época del Muro existía un enemigo con el que se estaba en guerra. Este enemigo ya no existe. Hoy la gente está en guerra consigo misma. Hoy estamos en una guerra sin muro y sin enemigo.
En «La agonía del Eros» convoca a Barthes y sus «Fragmentos de un discurso amoroso» para hablar del otro que hace temblar el lenguaje. ¿Ha experimentado ese otro que hace temblar el lenguaje? No lo digo desde una curiosidad impúdica, periodística, sino filosófica: ¿ha de experimentar, sentir, el filósofo lo que dice?
Yo no tengo smartphone. Sin embargo, escribí mucho sobre ello. Lo importante para la filosofía no es la experiencia personal, sino la capacidad imaginativa. Mediante la imaginación es posible ver las cosas más claras que mediante la experiencia directa.
¿Se equivocó Orwell, como tantos otros visionarios? ¿El sistema se ha dado cuenta de que resulta mucho más fácil seducir que obligar, encuentra voluntarios por doquier para convertirse con entusiasmo a la autoexplotación?
«Ni siquiera la sexualidad puede rehuir el imperativo del rendimiento»
No diría que Orwell se equivocara. Describe su mundo, que ya no es nuestro mundo. El estado policial de Orwell, con telepantallas y cámaras de tortura, se distingue fundamentalmente del panóptico digital que representa internet, teléfonos inteligentes y Google Glass, que es controlado por la ilusión de la libertad y la comunicación ilimitadas. Aquí no se tortura sino que se postea y se tuitea. El control que coincide con la libertad es considerablemente más eficaz que aquella vigilancia que se dirige contra la libertad. «Neolengua», se llamaba el lenguaje ideal en el estado policial de Orwell. Tiene que sustituir por completo a la «viejalengua». La neolengua tiene una sola meta: limitar el espacio del pensamiento. Los crímenes de pensamiento deben ser impedidos por la extinción de las palabras que serían necesarias para cometerlos. Por eso se elimina también la palabra «libertad». Ya solo por eso el estado policial de Orwell se distingue del panóptico digital de nuestra época en que se aprovecha excesivamente de la libertad.
La técnica de poder del sistema neoliberal no es ni prohibitiva ni represiva, sino seductora. Se emplea un poder inteligente. Este poder, en vez de prohibir, seduce. No se lleva a cabo a través de la obediencia sino del gusto. Cada uno se somete al sistema de poder mientras se comunique y consuma, o incluso mientras pulse el botón de «me gusta». El poder inteligente le hace carantoñas a la psique, la halaga en vez de reprimirla o disciplinarla. No nos obliga a callarnos. Más bien nos anima a opinar continuamente, a compartir, a participar, a comunicar nuestros deseos, nuestras necesidades, y a contar nuestra vida. Se trata de una técnica de poder que no niega ni reprime nuestra libertad sino que la explota. En esto consiste la actual crisis de libertad.
Trae a colación una cita de Peter Handke: «La inspiración del cansado dice menos lo que hay que hacer que lo que hay que dejar». ¿Se podría extraer de ahí un proyecto político y filosófico?
Tal vez. La política de hoy carece de inspiración. Durante el estado de hiperactividad continúa lo que predomina bajo la bonita ilusión de la falta de alternativas.
Si no he leído mal, dice que cuando la transparencia se convierte en teología acaba sirviendo de justificación ética al neoliberalismo y que, sin limitaciones de índole moral, la transparencia acaba al servicio de una economía insaciable. ¿Es así? ¿Pero no nos sirve también la transparencia como herramienta para limitar la natural tendencia del poder a la mentira y el abuso?
«Uno siente el infierno de la igualdad y quiere escapar de él»
El que relaciona la transparencia solamente con corrupción y con libertad de información ignora su alcance. La transparencia es una coerción sistémica que incluye todos los sucesos sociales para someterlos a cambios fundamentales. Hoy, el sistema social expone a todos sus procesos a una transparencia forzada para acelerarlos. La negatividad del secreto, de lo distinto, o de lo ajeno bloquea la comunicación. La presión de acelerar va acompañada de la disminución de la negatividad. La comunicación alcanza su velocidad máxima donde la igualdad responde a la igualdad. La transparencia estabiliza y aumenta la velocidad del sistema eliminando lo otro o lo ajeno. Esta coerción sistémica convierte la sociedad de la transparencia en una sociedad sincronizada. Lleva a la conformidad y a la sincronización.
A partir de «Melancholia», la película de Lars von Trier, dice que solo un apocalipsis, una catástrofe, podría liberarnos del infierno de lo igual. ¿Qué tipo de catástrofe? ¿Una revolución?
A partir de la protagonista de la película, Justine, se entiende lo que digo: es depresiva porque está absolutamente agotada, fatigada de sí misma. Toda su libido se dirige contra su propia subjetividad. Por eso no es capaz de amar. Y de repente aparece un planeta, el planeta Melancholia. La llegada de la alteridad puede suponer un apocalipsis en el infierno de la igualdad. El planeta mortífero se muestra a Justine como lo totalmente distinto que la arranca del pantano del narcisismo. Ante el planeta letal casi revive. Descubre también a los otros. De tal manera se entrega amorosamente a Claire y a su hijo. El planeta desata un deseo erótico. Eros, como relación con lo totalmente distinto, elimina la depresión. El desastre implica la salvación. Por cierto, la palabra «desastre» tiene su origen en la palabra latina desastrum, que significa «no estrella». Melancholia es una no estrella.
«Me marché a otro país cuyo idioma entonces no sabía ni hablar ni leer»
Vivimos en una sociedad que se concentra por completo en la producción, en la positividad. Se deshace de la negatividad de lo otro o de lo ajeno para aumentar la velocidad de la circulación de la producción y del consumo. Solo las diferencias que se pueden consumir están permitidas. No se puede amar al otro al que le han quitado la alteridad, sino solo consumirlo. Quizá sea por eso por lo que hoy crece el interés por el apocalipsis. Uno siente el infierno de la igualdad y quiere escapar de él.
¿En qué medida es «Cincuenta sombras de Grey» uno de los síntomas de nuestro malestar, del amor como rendimiento, como inversión calculada y positiva, de la que ha sido extraído todo riesgo, toda sombra, toda negatividad, todo peligro, todo dolor?
Hoy todo se convierte en objeto de rendimiento. Ni siquiera el ocio o la sexualidad pueden rehuir el imperativo del rendimiento. Pero el Eros supone una relación con lo otro, más allá del rendimiento y de las habilidades que se tengan. Ser capaz de no ser capaz es el verbo modal del amor. El estar en manos de alguien y la posibilidad de resultar herido forman parte del amor. Hoy se trata de evitar cualquier herida cueste lo que cueste.
¿Quién es Byung-Chul Han?
Adorno dijo que los nombres son iniciales que no entendemos pero a las que obedecemos como a nuestro destino. El símbolo chino para «Chul» significa, según el sonido, «hierro» o «metal», pero, según el sentido, también «luz». En coreano filosofía significa «Chul-Hak», es decir, «ciencia de luz». De esta manera seguí en mi vida, sin saberlo, el significado de mi nombre. Llegué a Alemania porque fui admitido por la Universidad Técnica de Clausthal-Zellerfeld, cerca de Gotinga, para estudiar Metalurgia. A mis padres les había dicho que iba a continuar mi carrera de Metalurgia en Alemania. Tuve que mentirles porque no me habrían dejado irme. Me marché a otro país cuyo idioma entonces no sabía ni hablar ni leer y me lancé a una carrera completamente diferente: Filosofía. Fue como en un sueño. Entonces tenía veintidós años. Ahora soy profesor de Filosofía en Berlín.






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