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Asesinados los Kenedy , el poder en la sombra vuelve a un mundo imperialista

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Operacion 40 :


Bien,ahora sí que lo podemos entender todo.

Resulta que Eisenhower otorgó poderes a su vicepresidente, Richard Nixon, para crear un escuadrón de asesinos bajo la excusa de derrocar a Fidel Castro, al que llamaron “Operación 40″ y que tenía por objetivo asesinar a líderes dentro de Estados Unidos o en otros países que pudieran generar un despertar en la Humanidad o pudieran acabar con las guerras, como el propio Kennedy.

El entonces jefe de la CIA, Allen Dulles, fue encargado de ponerlo en marcha y contó con fondos de George H. Bush, que fue uno de sus líderes, al igual que el propio Nixon.

Como ya revelé hace años, George Bush Sr se encontraba en la biblioteca desde donde se disparó a Kennedy, pero también el propio Nixon se encontraba en Dallas, al igual que la plétora de estos asesinos a sueldo y mafiosos, muchos de ellos cubanos anticastristas, que se convirtieron en escuadrones con licencia para matar en cualquier lugar del Planeta. Las razones para matar a Kennedy son de sobra conocidas: quería nacionalizar la Reserva Federal, acabar con la CIA, con la guerra del Vietnam, acabar con la Guerra Fría, revelar la existencia extraterrestre… En definitiva, dar comienzo a una nueva civilización en el Planeta Tierra.
Nos encontramos con nombre ya conocidos como Luis Posada Carriles, Frank Sturgis, Meyer Lanski u Orlando Bosch. El modus operandi en resumidas cuentas es el siguiente: funcionan como un comisionado especial de la CIA, que les proporciona drogas como método de pago, de manera que queda probado que la mafia de la droga es sólo una subsidiaria del poder político.

Cuando necesitan que estos mafiosos asesinen a alguien, utilizan sus propios contactos en el tráfico de drogas y armas para alquilar los servicios de quienes liquidarán al líder de turno.

El investigador sueco Ole Dammegard investigó los nombres de este grupo a partir del asesinato del primer ministro sueco Olof Palme en 1986, encontrándose con las mismas personas implicadas en un sinfín de asesinatos de líderes en el pasado siglo, comenzando por el asesinato del propio John Kennedy, su hermano Robert o Martin Luther King.

A partir del minuto 50 de esta entrevista del honorable juez de paz internacional Alfred Lambremont Webre, escucharéis la explicación para los asesinatos de Lennon, Allende o Neruda en esta vital información para entender… Todo.

En cuanto a rockeros como Hendrix, Janis Joplin, Brian Jones o Jim Morrison, todos ellos consumidores habituales de drogas, se me antoja realmente muy sencillo que los propios traficantes de droga al servicio de la mafia política se “los quitaran de en medio”: simplemente con adulterar la droga que consumían, el ‘asesinato perfecto’ que no deja rastro.

Todos los asesinatos de líderes de la Humanidad sucedidos en el siglo XX fueron ejecutados por el mismo Poder.

Después de conocer esto, ¿de verdad crees que no necesitamos líderes? ¿Por qué coño iban a querer los Iluminati eliminar a los mejores seres humanos si no fueran fundamentales para el despertar de la Humanidad?
fuente : rapapal.com
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 Michael Parenti (uno de los analistas más agudos del mundo político estadounidense) en su libro Dirty Truths, resumido en su artículo “The JFK Assassination: Defending the Gangster State”, del cual extraigo los datos que presento en este escrito, el Presidente Kennedy, como también lo fue Martin Luther King, era profundamente odiado por las fuerzas conservadoras de sensibilidad ultraderechista, próximas al complejo militar industrial y sus sistemas de seguridad (que incluían desde la CIA hasta la National Security Agency, entre otras), que el Presidente Eisenhower había alertado a la nación del peligro que podría representar para la democracia estadounidense.
Muchas eran las causas de aquel odio. Una era que tras el fracaso de la invasión militar de Cuba planeada por la CIA, Kennedy rechazó las propuestas de una segunda intervención militar, considerando, en su lugar, iniciar relaciones con el régimen cubano. Otra razón de ser odiado fue que cambió de opinión e inició pasos para retirarse del Vietnam rechazando la propuesta de su Estado Mayor del Ejército de invadir Laos. Sus relaciones con los estamentos militares y las Agencias de Seguridad deterioran en sus últimos años, como consta en Vietnam and the Legacy of the JFK Presidency de Paul Jay (véase también The Kennedy Half Century, de Larry J. Sabato).
Y otra razón de esa gran hostilidad fue la percepción de que Kennedy tenía poca simpatía por los miembros de lo que se llama en EEUU la Corporate Class, es decir, los propietarios y gestores de las grandes corporaciones que controlan la economía de EEUU. JFK favorecía políticas públicas que reducían los privilegios de las grandes corporaciones estadounidenses, percepción que –como señala Parenti– no fue siempre acertada. Pero lo que cuenta no es si Kennedy era o no anti Corporate Class (es más que probable que no lo fuera), sino cómo era percibido por esta Corporate Class, y desde este punto de vista, sí que la evidencia muestra que amplios sectores en la estructura empresarial le tenían odio, considerándole un traidor a su clase, y así lo manifestaron (su padre era uno de los dirigentes de dicha clase empresarial), una situación que se había dado ya con el Presidente Franklin D. Roosevelt. Pero la mayor animosidad procedía de los establishments militares y sobre todo de las Agencias de Seguridad, habiendo despedido a los tres dirigentes de la CIA, echando pestes sobre tal Agencia
De ahí que la mayoría de trabajos de investigación publicados sobre el asesinato de Kennedy se hayan centrado en la relación existente entre las fuerzas anticastristas, la mafia y los sistemas de seguridad nacional (desde la CIA hasta el FBI), relaciones que existían y que han sido bien documentadas. El centro de la investigación (el 80% de los trabajos de investigación) ha sido descubrir la relación de tal complejo con el entramado que llevó a cabo el asesinato. Y si este complejo o conspiración respondía a un mandato institucional o, lo que es más que probable, que fuera una red autónoma, actuando independientemente, sin conexión o supeditación directa con los aparatos de la seguridad nacional.
De todas estas investigaciones se pueden concluir varios hechos que tampoco han aparecido en los medios de información españoles, que paso a enumerar:
1. Tal como concluyó el comité (House Select Committee on Assassinations), nombrado por el Congreso de EEUU para investigar el asesinato del Presidente Kennedy, en dicho asesinato intervinieron varias personas, y no una sola.
2. Lee Harvey Oswald no fue el que disparó y mató a JFK, aunque actuó como una tapadera para desviar la atención (“just a patsy”, como él mismo declaró).
3. Lee Harvey Oswald trabajó para varias agencias federales de seguridad, siendo “su repentina conversión a simpatizante del castrismo” parte de una estrategia diseñada para canalizar la responsabilidad del asesinato hacia el régimen castrista.
4. Su supuesta conversión al castrismo y al comunismo soviético fue financiada con fondos públicos. Su aprendizaje del lenguaje ruso, por ejemplo, tuvo lugar en una escuela militar.
5. El FBI tenía amplias conexiones con la mafia y con las fuerzas anticastristas. Su documentada relación con la mafia ha iniciado un movimiento para eliminar el nombre de John Edgar Hoover, el director del FBI (y uno de los personajes más desacreditados en la historia de EEUU), del edificio del esta agencia.
6. Durante la investigación realizada por el comité del Congreso citado anteriormente, dieciséis personas conectadas con el caso murieron repentina y violentamente.
7. Jack Ruby, que asesinó a Lee Harvey Oswald, tenía relaciones con el FBI y con los anticastristas, y había trabajado para el Comité de Actividades Antiamericanas presidido por el senador Joseph McCarthy (el infame Comité de “Caza de Brujas”, denunciado por Arthur Miller entre otros).

Todo ello explica que el 85% de la población estadounidense (es difícil alcanzar un porcentaje mayor) no crea en las conclusiones de la Comisión Warren nombrada por el Presidente Johnson para averiguar quién mató a JFK, y que atribuyó a Lee Harvey Oswald el asesinato del Presidente Kennedy, responsabilizándolo a él. La gran mayoría de la ciudadanía estadounidense cree que el asesinato fue, como en el caso de Martin Luther King, resultado de una conspiración, siendo elementos relacionados con las agencias de seguridad los primeros sospechosos de este asesinato.

Una última observación. Ha existido un intento de idealizar dichas agencias de seguridad (siendo Hollywood un instrumento importante en este intento), tales como el FBI y la CIA, mostrándolas siempre como los buenos de la película en contra de los comunistas, que eran siempre los malos. Esta campaña, que ha sido exitosa, es cada vez más difícil de sostener. Su participación en hechos delictivos e inmorales está bien probada. Es cierto que este comportamiento no es único. La mayoría, si no todos, los sistemas estatales de seguridad en cualquier país actúan de esta manera. De ahí la enorme importancia de que tengan una supervisión democrática constante, pues gozan de una autonomía e independencia que los hace enormemente peligrosos, pues escapan de todo control democrático. Las escuchas masivas y el espionaje de las agencias de seguridad estadounidenses y de otros países (que ha tenido gran visibilidad mediática) son un ejemplo de ello. Ni que decir tiene que todo Estado necesita de agencias de seguridad. Pero la autonomía que tienen las convierte en una amenaza al Estado democrático, que debe controlarlas sometiéndolas al mandato popular.

tomado de Vicens Navarro
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La élite criminal de los Estados Unidos
Una orgía de ladrones


Entre los años 1980 y 1990, algunos embaucadores profesionales como James Q. Wilson y Charles Murray se llenaron de gloria con sus bestsellers sobre las propensiones criminales inherentes a la "clase marginal", sobre la patología de la pobreza, los depredadores adolescentes, el derrumbe de la moral y la irresponsabilidad de las madres de dichos adolescentes.

Existía, en realidad, una amplia clase criminal que adquirió su mayor potencial en los 90. Un grupo completamente desprovisto de los más elementales instintos de honestidad social, carentes de toda fibra moral y egoístas hasta un nivel casi insondable. Esta clase se personifica en la élite empresarial.

Después de dar luz verde a finales de los 70 con el festín desregulador instado por los think tanks de las empresas,  los líderes de las empresas estadounidenses habían desarrollado una estrategia criminal muy sencilla de auto-enriquecimiento.

En primer lugar, debían mentir sobre su actuación, para que, de forma calculada, ésta decepcionara a los inversores.

Todo ello fue diseñado con la producción de un balance general "pro forma", servido con una argucia de contabilidad para cada tendencia y matiz, y suministrado voluntariamente por Arthur Andersen y otros de su misma calaña.
Las pérdidas se catalogaron como "gastos de capital"; los activos con pérdidas fueron "vendidos" a co-conspiradores de los grandes bancos en los períodos contables relevantes.

Más tarde, empleando los Principios de Contabilidad Generalmente Aceptados, se presentaron balances ligeramente más realistas a la SEC y al IRS.

Haciendo alarde de las cifras "pro forma", las empresas expidieron más reservas, solicitaron más créditos de algunos de los bancos co-conspiradores, volvieron a comprar las reservas para los jefes ejecutivos, quienes más adelante inflarían su valor a fuerza de una contabilidad falsa, vendieron las reservas a los clientes más crédulos y obtuvieron rescates antes de que se les cayera el cielo encima, dejando los fondos de pensiones como si CalPERS (sistema de pensiones público para empleados en California) sostuviera sus bolsas.
Las fortunas amasadas por George W. Bush y Dick Cheney son ejemplos vívidos de esta técnica.

¿Cuál ha sido la magnitud del saqueo? De un nivel prodigioso. Esta orgía de robos, sin parangón en la historia del capitalismo, fue aprobada e instigada año tras año por el arzobispo de la economía Alan Greenspan, un hombre con un afilado sentido de la distinción entre la magnitud de reprobación que merecen los ricos y la que merecen los menos poderosos.

Cuando Ron Carey lideró al sindicato de transportes en su victoria en el año 1997, Greenspan se apresuró a denunciar el potencial "inflacionista" de las modestas mejoras en los salarios. Aun habiendo sido declarado inocente por un jurado compuesto por sus iguales, a Carey se le prohibió incluso volver a presentarse en futuras elecciones de sindicatos. De igual manera continua ahora, sistemáticamente, la presión sobre el aumento del salario mínimo.

¿Dónde se encontraban entonces los sermones de Greenspan y su sucesor Ben Bernake sobre el potencial inflacionista de las fortunas en opciones de compra de acciones, impulsadas con las grandes ínfulas de la contabilidad deshonesta y del resto de conspiraciones análogas?

Si una persona muere en un fuego cruzado en South Central, William Bennet se apresurará a condenar a toda una generación, a toda una raza. ¿Dónde quedan entonces los discursos de Bennett, Murray y los moralistas del Sunday Show sobre cómo los directivos se marchan con el botín, dejando a sus empleados en la miseria entre pensiones destrozadas y perspectivas rotas?

Un niño de la calle en Oakland puede sentarse frente a un ordenador a la edad de 10 años. No existen perfiles de "propensión criminal" en los licenciados de las escuelas de negocios de Wharton o Harvard.

Resulta necesario retomar a Marx o a Balzac para adquirir un sentido verdadero y claro de los ricos como élite criminal. Sin embargo, estos gigantes han legado una tradición de alegre disección de la moral y ética de los ricos, impulsada por Veblen, John Moody, C. Wright Mills, William Domhoff y otros tantos. A mediados de los años 60, la ciencia política negativa no era una propuesta viable si se apuntaba a ocupar un cargo en la universidad. Un estudiante que investigara sobre Mills tenía que pagar sus estudios trabajando de noche en un bar, mientras que uno que lo hiciera sobre Robert Dahl y escribiera necedades sobre el pluralismo podía obtener una beca de estudios.

En los años 50, en las zonas residenciales acomodadas, se leía sobre el vacío moral que propugnaban escritores como Vance Packard y David Riesman. Puede entenderse entonces que la soledad interior pronto se convirtió en felicidad interior. No había nada malo en pisotear la cabeza de un coetáneo para obtener un beneficio. ¿Dónde están ahora esos libros (que resultan pruebas tangibles) sobre los fundamentos de la gran cohorte empresarial criminal de la década del 2000, que alcanzó la mayoría de edad en la época de Reagan?

De hecho, hoy es tarea casi imposible localizar aquellos libros que analizan a la clase de ejecutivos de empresa a través de las lentes del menosprecio científico e imparcial. Mucha de la literatura actual sobre el mundo de los grandes directivos de empresa se publica en revistas como Fortune, Businessweel o Forbes. Además, a pesar de que hay unos cuantos autores —como Robert Monks (Power and Accountability)— que centran su atención en la cultura de los ejecutivos, en ningún lugar pueden encontrarse estudios empíricos sobre las raíces sociobiológicas de las tendencias criminales de la clase ejecutiva.

¿Por qué? Quizás porque los ricos han comprado a la oposición. En las remotas neblinas de la antigüedad, existían comunistas, socialistas y populistas que leían a Marx, y que tenían una noción bastante certera de lo que pretendían los ricos. Incluso los demócratas tenían ciertos conocimientos de la verdadera situación. Entonces llegaron de la mano las cazas de brujas y las compras de empresas. Como resultado, un operador de Goldman Sachs ha podido llegar a la madurez sin escuchar una sola palabra admonitoria sobre lo deleznable que resulta mentir, robar, engañar, vender a los socios o defraudar a los clientes.

Las escuelas más reputadas de los Estados Unidos han formado a una élite criminal que ha robado todos sus fondos en menos de una década. ¿Ha sido todo ello culpa de Ayn Rand, de la Escuela de Chicago, de Hollywood o de la muerte de Dios?

Este ensayo es la adaptación y actualización de un artículo publicado en la edición de noviembre del 2000 de la revista The New Statesman.

Jeffrey St. Clair es el autor de Been Brown So Long It Looked Like Green to Me: the Politics of Nature, Grand Theft Pentagon y Born Under a Bad Sky. Su último libro es Hopeless: Barack Obama and the Politics of Illusion. Es el editor de Counterpunch.org. Alexander Cockburn (1941-2012) fue el editor de Counterpunch.org

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